martes, 22 de abril de 2025

Mona de Pascua: Un Vínculo con el Pasado

Para mí, ayer no fue un día cualquiera, sino uno muy especial: el Lunes de Pascua. Por la tarde salimos al monte de Cieza, buscando senderos donde pasear tranquilamente, descubrir rincones nunca vistos, conectarnos con la naturaleza disfrutando del olor a monte y del manto multicolor de las flores silvestres que con las recientes lluvias están imponentes; encontrar la ruta fue tarea fácil, pues cualquier rincón del monte de Cieza es una maravilla, las orillas del camino parecían especialmente engalanadas para nuestro paso, las vistas panorámicas nunca vistas con el castillo al fondo eran espectaculares. Y, al caer la tarde, llegó el momento de disfrutar de la tradicional Mona de Pascua con un huevo cocido en el centro, la mona estaba acompañada de una tableta de chocolate puro con almendras. El momento culminante, antes de comer el huevo, como siempre, fue romper su cáscara en la frente del más despistado o desprevenido. Al final no quedaba ni mona, ni chocolate; solo quedaban las ganas de volver el próximo año.

Esta tradición que ahora comparto con mi familia se remonta a mi infancia y tiene un significado especial para mí por cómo la vivían mis padres. A ellos les encantaba celebrar la Mona de Pascua con sus amigos en la balsa del Bosquet de Mogente. Lo hacían todos los años; era una fecha muy señalada y esperada. En aquella época la celebración era los domingos por la tarde, marcando el final de la Cuaresma y la Semana Santa, pues los lunes eran día de vuelta al duro trabajo.

Para mis padres era un encuentro muy importante y especial, la oportunidad perfecta para reunirse con amigos fuera del trabajo. De hecho, una de las primeras fotos que conservo es en el entorno de la balsa del Bosquet, sentado en una manta, con mis padres posando alegres junto a sus amigos, entre los que estaban Esteban, Eusebio, María y tantos otros. Allí hablaban animadamente de sus logros y proezas, de sus problemas y cómo los habían solucionado. Permanecían junto a la balsa hasta la caída del sol; al empezar a anochecer, cada uno se retiraba a su casa.

Para mí también era un día especial. Además de sentir la felicidad de mis padres, yo podía jugar libremente con otros niños y niñas de mi edad. Aunque, para ser sinceros, más de una vez terminábamos peleándonos como perro y gato. Sin embargo, la disputa duraba poco y acababa con una reprimenda de nuestros padres.

Hoy día, al igual que a ellos, me sigue encantando salir al campo para celebrar la Mona junto a mi familia, manteniendo viva esta querida tradición.


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