sábado, 25 de mayo de 2024

El botijo: Un legado de tradición, ingenio y sostenibilidad

Hoy en día, nos resulta impensable no tener electricidad, frigorífico y agua fresca tanto en el campo como en la ciudad. Sin embargo, no siempre fue así. Yo, como muchos otros, nací y viví durante bastantes años sin corriente eléctrica y, por lo tanto, sin frigo. Pero siempre he tenido y he disfrutado del agua fresca, gracias en gran medida a un objeto simple pero ingenioso: el botijo.
 

Entre los métodos tradicionales para mantener el agua fresca sin electricidad ni frigorífico, el botijo destaca por méritos propios. Su presencia era constante en las casas tanto del pueblo como del campo. También era imprescindible para los jornaleros que trabajaban en el campo bajo el sol abrasador, quienes siempre encontraban un botijo fresco a la sombra para saciar su sed.
 

La forma característica del botijo, con su vientre abultado y su cuello estrecho, no es fruto del azar. Es una obra maestra de la ingeniería natural, inspirada en los propios principios de la física. Su amplia superficie permite una mayor evaporación, lo que enfría el agua contenida en su interior. Un diseño biomimético perfecto, que aprovecha las propiedades de la arcilla y la circulación del aire para crear un sistema de refrigeración natural, sin necesidad de energía externa.


El origen del botijo como método para tener agua fresca se remonta a la Antigüedad. Hallazgos arqueológicos datan su uso de miles de años atrás. Su diseño, basado en la porosidad de la arcilla, es un ejemplo magistral de cómo la observación de la naturaleza puede conducir a soluciones prácticas y sostenibles.


Por su sencillez y bajo costo, el uso del botijo se extendió rápidamente por toda la cuenca del Mediterráneo. En la Edad Media, los árabes introdujeron técnicas de alfarería más avanzadas, lo que permitió la elaboración de botijos más elaborados y decorativos.


En España, el botijo se convirtió en un elemento esencial de la cultura popular, especialmente en las zonas rurales. Su uso se mantuvo vigente durante siglos, y para mí sigue siendo un símbolo de la tradición.


Los botijos eran capaces de mantener el agua fresca de forma casi mágica. Sin embargo, esta magia no era más que genialidad. La genialidad del botijo reside en su capacidad para enfriar el agua a través de la evaporación. Las paredes gruesas de arcilla permiten que el agua se filtre lentamente hacia la superficie, donde se evapora. Este proceso de evaporación absorbe calor del interior del botijo, creando un efecto refrescante que mantiene el agua a una temperatura agradable. 


Recuerdo que era muy importante saber preparar un botijo adecuadamente para que “diera” agua fresca de calidad. Los pasos eran muy sencillos:

  • Sumergir el botijo nuevo en agua durante 24 horas. Esto ayuda a sellar los poros de la arcilla y evita que el agua se filtre demasiado rápido.
  • Algunos recomiendan agregar un poquito de anís al agua del remojo. Según decían, esto ayudaba a eliminar cualquier sabor a barro que pudiera quedar en el botijo.
  • Una vez completado el remojo, se vaciaba el botijo y se dejaba secar al aire libre durante 24 horas.

Con la llegada de los frigoríficos y otros métodos para tener agua fresca, el botijo ha perdido parte de su función original. Sin embargo, sigue siendo un objeto apreciado por muchos, incluido yo. Su capacidad para mantener el agua fresca de forma natural, sin necesidad de electricidad, lo convierte en una opción ecológica y sostenible. Además, su diseño simple y tradicional le aporta un encanto especial que lo hace un objeto decorativo.


En un mundo cada vez más preocupado por el medio ambiente, los botijos se erigen como un símbolo de sostenibilidad. Fabricados con materiales naturales y duraderos, no generan residuos ni contaminan. Su uso evita el consumo innecesario de energía eléctrica y de plásticos, contribuyendo a un futuro más verde.


Los botijos son mucho más que simples recipientes para el agua. En muchas culturas, representan la tradición, la artesanía y la conexión con la tierra. Su presencia en hogares y patios evoca recuerdos de veranos cálidos, reuniones familiare
s.

sábado, 11 de mayo de 2024

Un vergel añorado renace: "El sueño de una vida" en la finca del Madroñal

 Un manantial generoso, tierras fértiles y la sabia intervención humana en plena armonía transformaron un paraje en un auténtico vergel, admirado y recordado ahora con añoranza. Así fue durante años con Guillermo del Madroñal y sus antepasados. Sin embargo, desde hace tiempo, la finca permanece totalmente abandonada, con las huellas de su esplendor desvaneciéndose en la memoria de quienes la conocieron.

De la pluma de Shirin Klaus, la finca del Madroñal renace como un hotel rural cuidado por una familia, donde se desarrolla la trama de la novela "El sueño de una vida". La autora nos presenta una realidad alternativa que explora un escenario hipotético dentro de los límites de lo plausible, donde la ficción se entrelaza con una posible realidad.

En este universo alternativo, conocemos a Jack, un madrileño que ve Murcia como una región de segunda, y a Sara, una ciezana enamorada de su pueblo. La historia gira en torno al retorno al hogar de Jack, quien llega a Cieza, el pueblo de sus abuelos, buscando el dinero que necesita para salir de sus apuros económicos. Sin embargo, lo que encuentra es algo mucho más valioso: la importancia de la familia, el tiempo de calidad con amigos y la paz de la vida rural.
La novela nos presenta a una familia enamorada de su tierra y crea la entrañable figura del abuelo, quien se convierte en el protagonista en la sombra. La historia, divertida, tierna y conmovedora, nos envuelve en una atmósfera donde el amor se ve entrelazado con una intensa realidad familiar.

La autora, Shirin Klaus, logra tocar el corazón del lector con una prosa poética y delicada, creando atmósferas con gran maestría. "El sueño de una vida" no es una obra histórica, costumbrista ni autobiográfica, pero sin duda es una novela que nos invita a reflexionar sobre la importancia de nuestras raíces, la familia y la búsqueda de la felicidad en los lugares más inesperados

martes, 7 de mayo de 2024

La Fuente del Madroñal: Un oasis en la memoria

La Fuente del Madroñal es más que un simple manantial; es un pedazo de mi infancia, un lugar grabado a fuego en la memoria colectiva de Cieza. Parece que desde siempre, ha estado ahí, como si la naturaleza la hubiera puesto allí con mimo. Pero la realidad es que fue la mano del hombre la que la hizo posible, convirtiendo un terreno árido en un vergel.

 

Recuerdo cuando era pequeño, las visitas casi semanales a la fuente para llenar garrafas de agua. Era un agua pura y fresca, considerada de gran calidad, y la fuente nunca dejaba de manar, ni siquiera en los veranos más secos.

Esa agua fue aprovechada durante años para regar la finca del Madroñal, creando un oasis en medio de la montaña. Una gran balsa de riego, construida con piedra y cal, canalizaba el agua hacia una multitud de frutales: naranjos, limoneros, mandarinos, viñas... Y en el centro de todo, el madroño centenario, símbolo de la tenacidad de la vida.

Detrás de este vergel se encontraba la labor incansable del hombre. Hace muchos años, se construyó una conducción desde el nacimiento del manantial, situado a 800 metros de altitud, hasta la fuente. Un esfuerzo titánico que transformó las áridas laderas en un jardín exuberante.

En su origen, el agua brotaba libremente por la ladera, alimentando balsas y abrevaderos para los animales. A lo largo del tiempo, se fueron implementando diferentes sistemas de conducción: primero con tejas apiladas, luego tuberías de hierro y finalmente, las de PVC que yo recuerdo. Estas últimas permitieron canalizar el agua hacia la balsa y convertir la fuente en un manantial inagotable.

Hoy en día, el agua vuelve a fluir libremente por la ladera, como un recordatorio del ciclo natural y la importancia de preservar este tesoro natural. La Fuente del Madroñal sigue siendo un lugar mágico, un oasis en la memoria y un símbolo de la capacidad humana para transformar el entorno.


sábado, 4 de mayo de 2024

El Madroño del Madroñal: Un Gigante Silencioso

 

En el corazón de Cieza, entre frondosa vegetación y recuerdos de tiempos pasados, se erige un gigante solitario: el Madroño del Madroñal. Este árbol centenario, que da nombre a la finca que lo alberga, ostenta el título de árbol singular por su monumental tamaño y antigüedad, representando un tesoro de alto valor ecológico y patrimonial.


Durante siglos, ha sido testigo silencioso del paso de generaciones que lo han contemplado y cuidado. Su época dorada la vivió junto a Guillermo del Madroñal, quien dedicó su vida a mimar el entorno, especialmente al madroño. La fértil tierra, el agua del manantial y el esmero de Guillermo transformaron la finca en un vergel donde el árbol crecía feliz.


Sin embargo, el tiempo no ha sido bondadoso con este gigante. Tras años de abandono, el madroño se encuentra casi asfixiado por la maleza, sin poda adecuada y sediento de un agua que ya no baña sus raíces. Es una pena que un ejemplar único, con tanta historia y valor ecológico, se halle en este estado de deterioro, casi enterrado por la maleza que obstaculiza el acceso.

El Madroño del Madroñal permanece solo y abandonado, esperando que alguien tome medidas para rescatarlo, garantizar su conservación y devolverle su imponente majestuosidad. ¿Volverá este gigante a brillar como símbolo de la riqueza natural y cultural de Cieza.

Este árbol centenario no es solo un ejemplar único, es un pedazo de nuestra historia y un tesoro natural que merece ser preservado. Es nuestro deber protegerlo y asegurarnos de que las futuras generaciones puedan disfrutar de su majestuosidad.