A mí me encanta caminar por el campo de secano de Cieza, sobre todo los
días de lluvia o humedad. Me relaja perderme entre las matas de esparto
en las rutas de secano de Cieza. Me flipa ese olor a tierra mojada y ver
a los caracoles asomar tímidamente de sus caparazones. En años de mucha
lluvia, el esparto crece que da gusto, y a veces, sin darme cuenta, me
pongo a recoger los tallos más largos para hacer cuerdas y, al final del
paseo, una honda para tirar piedras bien lejos, ¡como me enseñó mi
padre!
Mi padre, en sus últimos años, encontró en el esparto un
compañero inseparable. Nos pedía madejas de esparto ya preparado y, con
sus propias manos, convertía esas fibras secas en pequeñas maravillas.
Hacía de todo: alpargatas en miniatura que parecían de juguete,
salvamanteles que daban ganas de usarlos, abanicos que parecían sacados
de un museo, e incluso cernachos para los caracoles, ¡tan bonitas que
daba pena usarlas! Era su forma de recordar viejos tiempos y de crear
cosas bonitas con sus propias manos. Era un gustazo verlo trabajar el
esparto, con esa mezcla de paciencia, habilidad y añoranza por lo que
hacía.
Cieza vivió una época en la que el esparto era el rey.
Fábricas por todos lados, gente trabajando día y noche... Pero no era
todo tan bonito como parecía. La mayoría eran obreros explotados, niños
trabajando, etc. con sueldos de miseria y condiciones de trabajo
pésimas. Muchos vivían en casas de mala muerte, apenas tenían para
comer. El esparto daba trabajo, sí, pero también mucha pobreza y
sufrimiento. Una época de contrastes, de luces y sombras, que marcó la
historia de Cieza.
En los años 60, era normal ver a las mujeres
sentadas a la puerta de sus casas haciendo "lia", que es como se llama a
la acción de trenzar el esparto para hacer capazos, esteras y otras
cosas. Era una imagen típica de los pueblos, ¡casi como una postal! Hoy
en día ya no se ve, pero por suerte hay sitios como el Pequeño Museo del
Esparto que mantienen viva la memoria del esparto y nos recuerdan cómo
era la vida antes. ¡Es como un viaje en el tiempo!
Entrar al pequeño
museo del esparto de Cieza es como teletransportarse al pasado. Te
encuentras con un montón de herramientas antiguas, algunas con nombres
que ni te imaginas, todas usadas para trabajar el esparto. Ves cómo
convertían esa planta seca en cuerdas, cestos, alpargatas... Conoces de
primera mano, contado por sus protagonistas, cómo era la vida de los
esparteros, el trabajo duro que hacían. Y te das cuenta de lo importante
que fue el esparto para Cieza, una planta humilde que dio de comer a
tantas familias. Al salir, miras de otra forma esos campos de esparto
que rodean el pueblo, pensando en todas las historias que esconden.
En
Cieza, además de deliciosos melocotones, melocotoneros y huertas en la
zona de regadío, también encontrarás campos de esparto en las zonas de
secano. Al pasear por ellos, recorres parte muy significativa de Cieza.
¡Y si tienes la oportunidad, visita el museo del esparto! Te sorprenderá
descubrir la importancia que tuvo esta planta en la vida de la gente de
Cieza.