miércoles, 26 de noviembre de 2025

El Chicharra: huellas de hierro en la memoria de Cieza y en la mía propia

 

A menudo pensamos que la historia se escribe solo en los libros, con fechas frías y datos técnicos. Pero la verdadera historia, la que perdura, es la que se graba en la memoria de las personas que la vivieron y forman parte de sus raíces. Hoy quiero hablaros de un protagonista de hierro y vapor que definió una época para Cieza y que, para mí, significó el puente hacia una nueva vida: el tren conocido cariñosamente como "El Chicharra".

Más que un tren: el pulso de Cieza

Para la Cieza del siglo XX, la línea de ferrocarril de vía estrecha que nos unía con Villena, pasando por Jumilla y Yecla, no era simplemente un medio de transporte. Era una arteria vital. En una época donde las carreteras eran difíciles y los camiones escasos, el Chicharra fue el caballo de batalla que permitió el auge de la industria del esparto, sacando nuestra producción hacia el puerto de Alicante y conectándonos con el mundo.

Fue un símbolo de progreso y de esfuerzo colectivo, un tren humilde y lento —de ahí su apodo, por el sonido monótono de sus máquinas similar al canto de la cigarra— que, sin embargo, aceleró el corazón económico de nuestra comarca.

Mi viaje en el Chicharra: una odisea personal

Pero la importancia de este tren trasciende lo económico; se adentra en lo íntimo. Para mi familia y para mí, el Chicharra no fue el tren del esparto, sino el vehículo de nuestra gran transición vital.

Recuerdo vivamente aquel 15 de agosto de 1964. Dejar atrás Mogente, mi "Casa del Macho" y el paraje de El Bosquet, suponía cerrar un capítulo fundamental de mi infancia. Cieza se presentaba como la promesa de un futuro mejor, pero llegar hasta aquí fue una auténtica odisea que grabó a fuego la distancia en mi mente infantil.

Sin coche propio, aquel traslado se convirtió en una travesía de casi doce horas para recorrer poco más de cien kilómetros. Tuvimos que tomar un tren hasta Villena, luego un autobús hasta Yecla y, finalmente, subirnos a aquel otro tren, el "Chicharra".

Aquel vagón de madera no solo transportaba nuestras maletas; transportaba nuestros miedos, nuestras esperanzas y esa mezcla de nostalgia y valentía que sentían mis padres. Para mí, bajar de ese tren en Cieza fue cruzar el umbral definitivo. Fue el final del viaje físico, pero el comienzo de mi etapa de la "bombilla", dejando atrás la luz del candil.

Las huellas que quedan hoy

Hoy, el "Chicharra" ya no silba entre los montes. El progreso y el asfalto silenciaron sus máquinas hace décadas. Sin embargo, su memoria se resiste a desaparecer.

Quedan huellas físicas que podemos tocar y recorrer. Las antiguas estaciones, algunas recuperadas y otras en ruinas, se mantienen como testigos de piedra de aquel ajetreo. Y, sobre todo, queda la Vía Verde del Chicharra, esa cicatriz en el paisaje que ha transformado el camino de hierro en un sendero de vida, deporte y naturaleza. Recorrerla hoy es un ejercicio de arqueología emocional: donde ahora pasean ciclistas y caminantes, antes circulaba la vida comercial y humana de toda una comarca.

Pero las huellas más profundas no están en las vías, sino en nosotros. Quedan en el recuerdo de quienes, como yo, vivimos ese traqueteo en primera persona. Quedan en las exposiciones que rescatan fotografías en blanco y negro, y en relatos como este, que intentan que el olvido no cubra lo que una vez fue nuestro enlace con el mundo.

El Chicharra fue lento, sí, pero nos llevó a nuestro destino. A Cieza le trajo prosperidad y a mí me trajo a mi nuevo hogar. Y eso es algo que ni el tiempo ni el levantamiento de los raíles podrán borrar jamás.

Seguro que el próximo 10 de diciembre en el museo de Siyasa, en la presentación de mi relato Vivir con ataxia: el alma cincelada, recordaré ese viaje. Porque no importa lo lento que avancemos ni cuántos transbordos nos obligue a hacer la vida; lo único crucial es tener la valentía de subirnos al tren que nos lleva hacia nuestro propósito.


 

Referencia: Reflexión extraída de los capítulos biográficos del libro "Del candil a la bombilla: Huellas biológicas y ambientales en la forja de una identidad".


sábado, 22 de noviembre de 2025

El día que el "pato mareado" alzó el vuelo

Ayer, viernes 21 de noviembre, ocurrió algo que hace apenas un tiempo me habría parecido una utopía. Después de cinco años de silencio público, volví a subirme a una tarima. El escenario fue la Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM), en el marco del XVIII Congreso Internacional de Enfermedades Raras, pero para mí, aquel espacio fue mucho más que un auditorio: fue el lugar donde el "Esclavo despertando" decidió hablar.

El vértigo del silencio: cuando el "Esclavo" decide hablar

Confieso que sentí vértigo. No el de la ataxia, que ya es mi compañero habitual, sino el vértigo emocional de quien se expone a pecho descubierto ante maestros de la vida. Durante 42 años fui el profesor que enseñaba psicología desde la seguridad de la tarima. Ayer, sin embargo, no habló el académico; habló el paciente, el hombre que ha visto cómo su escritura se tiñe de rojo en la pantalla y su caminar se vuelve incierto.

La verdad del "pato mareado": mirarse en el espejo sin máscaras

Empecé mi intervención admitiendo lo que soy ahora: un "pato mareado". Puede sonar duro, pero nombrarlo fue liberador. Les conté cómo la ataxia, con su cincel implacable, me bajó de mi atalaya de profesor y me obligó a mirarme en el espejo de la vulnerabilidad. Les hablé de mis dificultades para mantener el equilibrio, de mi habla pausada que ahora ensayo con esmero, y de esa letra de médico que ya no reconozco como mía.

Mi tribu como andamio: la metamorfosis hacia la Mariposa Azul

Pero mi objetivo no era quedarme en la queja. Quería compartir con mi tribu —con la gran familia de D'Genes, que ayer fue mi grúa y mi cemento— que la vida, incluso con ataxia, es una obra de arte non finito. Les expliqué que, al igual que las esculturas inacabadas de Miguel Ángel, nuestra belleza no reside en la perfección pulida, sino en la fuerza con la que emergemos de la piedra bruta.

Y entonces, ocurrió la magia. Mientras hablaba de la neuroplasticidad y de cómo el espíritu permanece libre aunque el cuerpo se fatigue, sentí que el "pato mareado" se transformaba. Les hablé de la Mariposa Azul, el símbolo de la ataxia. Les dije que mi caminar errático, mi zig-zag, no es un fallo, sino un vuelo único e indomable.

Reivindicar el zig-zag: el permiso innegociable para soñar

En ese momento, logré expresar exactamente lo que mi alma necesitaba gritar. Pedí permiso para soñar, para imaginarme escalando el Everest, no como una meta física, sino como el combustible necesario para mantener viva mi voluntad. Reivindiqué mi derecho a seguir sintiéndome plenamente útil.

Más allá del temblor: la victoria de una voz cincelada

El resultado final fue inmensamente satisfactorio. Al terminar, no sentí el cansancio de la enfermedad, sino la energía renovada de quien ha sido escuchado y comprendido. Me siento feliz. Feliz porque ayer confirmé que el mapa de mi vida sigue abierto y que, aunque mis piernas tiemblen, mi voz —cincelada por la experiencia— sigue teniendo la fuerza para llegar al corazón de los demás.

Ayer no solo presenté un libro; ayer recuperé mi voz. Y esa victoria, queridos lectores, es el mejor regalo que podía hacerme a mí mismo y a vosotros.


Para conocer más sobre este viaje de transformación, os invito a leer mi libro "Vivir con ataxia: el alma cincelada".


miércoles, 19 de noviembre de 2025

Lo que aprendí sobre el Estado del Bienestar bajo la luz de un candil

 

A menudo, cuando defiendo con vehemencia la educación y la sanidad públicas, o cuando alerto sobre la involución que supone desmantelar el Estado del bienestar, me encuentro con interlocutores que piensan que hablo desde la teoría académica. Creen que mi defensa nace de los libros. Se equivocan. Mi convicción no nace de la tinta, sino de la tierra. Nace del recuerdo de un mundo donde la seguridad no era un derecho, sino un lujo, y donde la supervivencia dependía exclusivamente de la fuerza de tu "tribu".

Yo no defiendo el Estado del bienestar porque sea una idea bonita; lo defiendo porque recuerdo cómo era la vida bajo la luz temblorosa del candil, antes de que llegara la bombilla de los derechos sociales.

Vengo de un tiempo y un lugar, el Mogente de los años cincuenta, donde la salud pendía de un hilo y del bolsillo. Hoy damos por hecho que una ambulancia vendrá si nos asfixiamos. Pero yo llevo grabada a fuego en la memoria aquella neumonía infantil que casi me arranca la vida en la «Casa del Macho». No me salvó un sistema público robusto; me salvó la desesperación heroica de mi padre, Conrado, cogiendo el «trenet» a Valencia, con el dinero justo y el corazón en un puño, para comprar una caja de penicilina que era un tesoro inalcanzable para la mayoría.

Cuando defiendo la Sanidad Pública, no lo hago por ideología; lo hago por la memoria de ese padre angustiado y por la certeza de que ningún padre debería tener que depender de sus ahorros o de la caridad para que su hijo respire. Esa tranquilidad que hoy a veces despreciamos fue una conquista titánica.

Y si la salud era un abismo, la Educación era la única escalera para salir del pozo. Mi defensa de la escuela pública tiene el rostro de mi madre, Enriqueta. La recuerdo sirviendo a la señorita Amparín, haciendo camas ajenas y guisando para otros. Fue allí, entre la resignación y la rabia contenida, donde ella forjó una promesa inquebrantable: sus hijos estudiarían. No para ser ricos, sino para ser libres. Para no tener que bajar la cabeza ante nadie.

La educación pública es la materialización institucional de esa promesa materna. Es lo que impide que el destino de un niño esté escrito por la cuna en la que nace. Y sé lo que vale porque tuve maestros como Don Follo, aquel republicano represaliado que, expulsado de las aulas por pensar diferente, venía a nuestra casa de campo a enseñarme, recordándome que el saber es un acto de resistencia. Desmantelar hoy la educación pública, segregando a nuestros niños en redes dobles de primera y segunda categoría, es traicionar el esfuerzo de mujeres como Enriqueta y de maestros como Don Follo.

Hoy se nos vende el individualismo como modernidad. Se nos dice que cada uno debe gestionarse su propia mochila. Pero yo crecí viendo otra cosa. Crecí viendo a los agricultores de Mogente organizando la siega bajo un sol de justicia, sin contratos, guiados solo por el "hoy por ti, mañana por mí". Crecí viendo cómo el cuidado de mi abuelo José Ramón, inmovilizado por la ataxia, no recaía en una Ley de Dependencia que no existía, sino en el sacrificio silencioso y total de las mujeres de la familia.

Aquella solidaridad de la "piña Navalón" o de los "Cambredoners" era hermosa, sí, pero también era fruto de una necesidad terrible. El Estado del bienestar nació precisamente para que la dignidad de los ancianos y los enfermos no dependiera solo de la heroicidad de sus familias. Privatizar esos cuidados, volver al "sálvese quien pueda", no es evolución; es regresar a la intemperie de la que tanto nos costó salir.

Pertenezco a una generación que vivió una "burbuja atemporal" de conquistas. Vimos cómo el candil daba paso a la bombilla, cómo la caridad daba paso al derecho. Pero las bombillas también se funden si no se cuida la instalación.

Lo que hoy llamamos servicios públicos son, en realidad, el amor de nuestros padres y abuelos convertido en leyes. Son la institucionalización de la solidaridad que se vivía en las eras y en los corrales. Por eso, cuando veo que se recortan presupuestos en educación o se mercantiliza la sanidad, no siento solo un desacuerdo político; siento que se está insultando la memoria de quienes se dejaron la piel en los bancales para que nosotros no tuviéramos que hacerlo.

Defender lo público es el único homenaje honesto que puedo hacerle a mis raíces. Porque no hay orgullo en el origen si no se lucha para que el futuro sea digno para todos.

Nota: 

Este artículo se basa en las reflexiones de mi primer relato autobiográfico: "Del candil a la bombilla: Huellas biológicas y ambientales en la forja de una identidad". Un viaje desde la posguerra que ilumina cómo las raíces y el entorno forjan el carácter

sábado, 15 de noviembre de 2025

El Destino no está escrito, lo escribimos nosotros cada día

Nacemos con una herencia genética innegable, con un origen social que no elegimos y con un mapa de dificultades preestablecido. Este es el Mármol: la materia prima, nuestro cuerpo, nuestro ADN, las circunstancias iniciales que no podemos controlar. Esta visión, a menudo cómoda porque nos exime de la responsabilidad del cambio, nos convierte en simples receptores pasivos del destino, mármol que espera ser golpeado o acariciado por fuerzas externas. Esta es la narrativa del Mármol, y nos sugiere la fatalidad.

Pero existe otra narrativa: la del Escultor. El Escultor es nuestra consciencia, nuestra voluntad y nuestra capacidad de decisión. Esta visión, profundamente arraigada en la psicología de la resiliencia y la neurociencia, nos recuerda que, si bien no elegimos el tipo de mármol que nos toca, sí podemos elegir la actitud, el método y, lo más importante, el cincel (la adversidad, la herramienta de transformación) con el que trabajaremos nuestra propia biografía.

El debate no es si el destino existe, sino dónde reside nuestra libertad para modificar su curso. Y mi postura, forjada entre las aulas de Psicología y la experiencia de la ataxia, es inequívoca: la libertad reside en la elección de nuestro cincel.

El cincel brutal y la encrucijada

Cuando la ataxia cerebelosa se presentó en mi vida, no lo hizo como una invitación, sino como un cincel brutal e inesperado.

Ese diagnóstico genético, que confirmaba la herencia y la progresión, fue el golpe de cincel que intentó dictar mi sentencia final. La voz de la fatalidad me decía: "Tu destino está escrito, tu cuerpo te fallará, tu carrera ha terminado".

En ese momento, yo era el profesor de psicología con el conocimiento teórico sobre el Locus de Control (la creencia sobre si los eventos de nuestra vida son controlados por factores internos o externos). La teoría me pedía que aplicara un Locus de Control Interno: enfocarme en lo que sí podía gestionar. Sin embargo, el paciente en mí sentía la fuerza aplastante del Locus de Control Externo (el gen, el destino).

Mi Alma Cincelada comenzó en esa encrucijada. El reto ya no era solo aceptar la enfermedad; el reto era elegir qué tipo de escultor iba a ser: uno que se rinde ante la primera grieta del mármol, o uno que usa el mismo cincel del dolor para tallar una obra con un nuevo propósito.

El aval de la neurociencia y la experiencia

El concepto de destino inmutable es desafiado por la ciencia moderna. La Neurociencia nos ofrece el regalo de la Neuroplasticidad: el conocimiento de que nuestro cerebro no es un hardware fijo, sino un software en constante reescritura.

Si bien la ataxia genera un daño neuronal específico, la mente (el Escultor) puede entrenar las vías sanas (el Cincel Estratégico) para compensar y adaptarse. Esta es la evidencia científica de que el cincel SI se puede elegir.

El cincel de la estrategia activa

El proceso de reconstrucción personal que narro en mi relato está lleno de pequeños actos de elegir el cincel:

  • Elegir el cincel de la terapia funcional: no es resignación, es estrategia. En lugar de una fisioterapia intensiva inmediata, opté por la gimnasia funcional adaptada, buscando maximizar mi eficiencia neuromuscular y construir una reserva física para ralentizar la progresión. Esto es ejercer mi libertad.

  • Elegir el cincel cognitivo: se cambiar la pregunta. Dejé de preguntarme "¿por qué a mí?" para empezar a preguntarme "¿qué hago yo ahora con esto?". Este cambio de interrogante lo cambia todo.

  • Elegir el cincel de la humildad (autogestión comunicativa): aunque la disartria se ha convertido en una batalla cotidiana, el conocimiento de logopedia me dio una ventaja. Aplico un programa de ejercicios preventivos, demostrando que la disciplina de la acción reduce la frustración.

La verdadera fuerza, la que cincela el alma, no reside en negar la enfermedad, sino en tomar las riendas de la adaptación. La ataxia me ha enseñado que la Teoría Vivida es la única que tiene valor: un conocimiento que ha pasado por el crisol de la experiencia. 

La belleza del Non Finito

Hoy, la adversidad de la Ataxia no me ha detenido; me ha redefinido. Me ha forzado a asumir que la vida, al igual que una obra maestra de Miguel Ángel, es un "non finito" —una obra inacabada por naturaleza. La belleza reside en el proceso activo, en la valentía de continuar la escultura a pesar de la imperfección y los golpes inesperados.


La llamada a la reflexión es esta:

No importa cuál sea el mármol que te haya tocado, ni el golpe de cincel que el destino te haya dado. Tienes la libertad fundamental de elegir la actitud, de elegir el cincel y de guiar la mano del escultor.

¿Seguirás quejándote por el tipo de mármol que te tocó, o empuñarás el cincel que te permite transformar el dolor en legado, la adversidad en propósito y la vulnerabilidad en una nueva forma de fortaleza?

Empuña tu cincel. El mundo espera ver la belleza de tu Alma Cincelada.


Este artículo y la reflexión sobre la resiliencia activa se basan en el relato integral "Vivir con ataxia: el alma cincelada", un testimonio personal y científico sobre cómo la adversidad puede convertirse en el catalizador para el autoconocimiento y la búsqueda de un propósito vital.

miércoles, 12 de noviembre de 2025

Orgullo de origen: la única raíz que sostiene el árbol del progreso

I. ¿Tu brillo es genuino o solo ruido? El peligro de vivir en modo Reels

A ver, seamos sinceros. ¿Te has dado cuenta de que estamos flipando con la idea de la identidad líquida? La sociedad de la “bombilla” digital nos ha vendido la moto de que para triunfar tienes que ser un nómada sin ataduras, sin mirar atrás, como si tu pasado fuera un bug que hay que borrar. Quieren que te reinventes cada lunes y que pases de todo lo que huela a pueblo, a tradición o a esfuerzo de tus viejos.

Como psicólogo y profesor jubilado que ha visto la vida pasar del candil a la fibra óptica, te lo digo claro: esta tendencia es un fail psicológico y social brutal. El progreso sin cimiento es spam, y tu resiliencia es tan frágil como una cuenta de redes.

Mi Teoría Vivida lo tiene clarísimo: El único avance personal y social que mola y se sostiene es el que se apoya, con orgullo a tope, en tus raíces. Si pasas de la historia de donde vienes, si trivializas el curro de tus ancestros, tu vida se monta sobre una base chunga. La resiliencia no se improvisa; viene de serie en el pack de tu historia.

 

II. De dónde vengo y por qué lo cuento: el 'Hardware' biológico que me salvó la vida

Esta tesis no es de un libro; es el ADN de mi vida. El viaje de Mogente a Cieza en el 64 es la prueba del algodón: la Mochila Vital que trajimos no tenía cash, sino el hardware que nos salvó la vida.

La emigración de mis padres, Conrado y Enriqueta, no fue un capricho hipster; fue un acto de dignidad y esfuerzo nivel Dios. Lo que llevaban no era riqueza material, sino valores que hoy son oro: la ética del curro “de sol a sol”, el respeto innegociable por la palabra, y la pulcritud como bandera.

Recuerdo a mi madre, con esa sabiduría top, cosiendo mis remiendos con una precisión que yo no pillaba. Me decía: "Que vean que, aunque humildes, somos gente de bien." Esa frase es el key-word del orgullo de origen: tu valor no está en tu cuenta bancaria, sino en la solidez de tu carácter, y eso se hereda.

El candil de nuestras raíces nos dio el GPS para encontrar la bombilla de un futuro, pero siempre con los pies en la tierra.


Los actos de coraje: el cimiento de la resiliencia

Mi origen es una playlist de valentía que valida mi Teoría Vivida:

  1. La abuela Luisa, ¡la Jefa!: Que mi abuela Luisa sacara muelas con un hilo y una puerta no es un chiste; es la imagen de la destreza autodidacta y el servicio incondicional. Eso es orgullo de origen: la capacidad de espabilarte y de ayudar aunque no tengas nada.

  2. El carrer del Mig y el ‘Andamio’ Materno: Ir al Carrer del Mig era recargar pilas. Mi abuela Dolores y mis tías me daban ese andamio afectivo, ese support emocional que te da autoestima. La fuerza vino de la certeza de ser amado por una tribu heavy.

  3. Mi padre, el Rebelde Digno: que un litro de aceite costara casi un jornal entero es la desproporción que forjó su dignidad y resistencia. Mi padre plantó cara a las vejaciones. El verdadero punk no es el que rompe, es el que defiende con dignidad lo justo, aunque tenga poco.

III. Efecto 'Starting From Zero': por qué desconectar de tu historia es malo para tu salud mental

La ciencia, que parece tan moderna, confirma la necesidad del orgullo de origen. El olvido de la historia familiar no es un detalle; es la raíz de nuestros problemas sociales actuales.

A. Eres la historia que te cuentas: el 'Andamio Invisible' contra el Burnout Existencial

La Psicología Narrativa dice que tu identidad es un storytelling. Si no tienes la saga ancestral de supervivencia y esfuerzo, tu identidad se siente flotando y es frágil.

  • ¿La Crisis de Identidad? No es un problema de futuro, ¡es un asunto pendiente con tu pasado! Es no haber transformado el sufrimiento de tus abuelos en un legado de crecimiento.

  • Abrazar la historia de mis padres (Guerra Civil y posguerra) me dio la certeza: si ellos pudieron con esa quebrada, yo tengo el músculo para afrontar la mía (la ataxia).

B. Neurociencia del apego y la ansiedad del desarraigo

La Neurociencia del Apego lo enlaza: las raíces = Apego Seguro. Saber de dónde vienes activa los circuitos de seguridad y pertenencia. Es tu mejor antídoto contra la ansiedad digital.

Cuando pasamos de la historia de la casa, aparece la anomia (la falta de reglas).

  • Individualismo Extremo: La desconexión debilita la responsabilidad con la tribu. Si no hay historia compartida, solo quedas tú y la tiranía del ahora. Se rompe el "andamio" que te sostiene.

  • 'Starting From Zero': Al no conocer los fails y wins de la familia, sientes que tienes que inventarlo todo (economía, moral...). Esto bloquea el aprendizaje de la experiencia acumulada.

C. El 'Músculo Moral': la lección de resiliencia que el esfuerzo de mis viejos no caduca

El candil nos legó la ética del esfuerzo. La bombilla nos dio la abundancia, pero nos ha vendido la frivolidad de creer que todo es desechable, incluidos los valores.

La Teoría Vivida me ha enseñado que la solidez del carácter para vivir con la ataxia no viene de un e-book de autoayuda, sino del músculo moral que se me forjó al ver a mis padres superar el hambre. La fortaleza se demuestra en la voluntad de levantarte y seguir cincelando tu vida con dignidad.

IV. La moneda fuerte: activa tu herencia de dignidad y deja de pedir permiso para ser fuerte

La vida no espera a nadie, y la bombilla seguirá a tope. Pero te invito a que hagas un stop y honres el lugar de donde vienes.

Tu historia, tus raíces, ese legado de esfuerzo, es el capital más valioso que tienes. Es la única moneda que no se devalúa con la inflación emocional. No dejes que la prisa o el prejuicio cancelen el sacrificio de los que vinieron antes.

Revisa tu Mochila Vital, no para cargar peso muerto, sino para sacar las herramientas de oro que forjaron tus ancestros. El verdadero progreso no es dejar de ser quien fuiste, sino convertirte en la mejor versión de quien puedes ser, con la certeza de que tus raíces son tu superpoder.

Nota: 

Este artículo se basa en las reflexiones de mi primer relato autobiográfico: "Del candil a la bombilla: Huellas biológicas y ambientales en la forja de una identidad". Un viaje desde la posguerra que ilumina cómo las raíces y el entorno forjan el carácter