miércoles, 17 de diciembre de 2025

Miguel Pérez "Don Follo" y el origen de mi identidad

El regalo que me ha llegado esta semana

La vida no es lo que uno vivió, sino lo que uno recuerda y cómo lo recuerda para contarlo”. Esta frase de García Márquez, que preside mi relato autobiográfico Del candil a la bombilla, ha adquirido un nuevo y conmovedor sentido esta semana.

He recibido un mensaje de Maribel, la hija de mi maestro de infancia en Mogente: Don Follo. Su nombre real era Miguel Pérez. Recuerdo su figura: un hombre de mediana edad y pulcro, de aspecto formal y mirada limpia, con la seriedad propia de un MAESTRO que es, ante todo, un faro cívico. El mensaje ha sido un regalo de generosidad y emoción.

Tras validar la bondad y el valor de su padre, Maribel, que lo perdió siendo una niña, me ha hecho una confesión que me ha conmovido profundamente: "quiero agradecerte profundamente la forma en que habla de mi padre en su libro... Fue un buen hombre y un verdadero maestro, yo no tuve la suerte de disfrutarlo mucho tiempo, cuando murió yo tenía solo ocho años. Por eso, leer hoy el respeto y el cariño con los que usted lo recuerda es, para mí, un regalo y un honor."


Este testimonio me plantea la necesidad de ir más allá del apodo cariñoso y a nombrar la esencia de la persona que, con su ejemplo, sembró las semillas fundamentales de mi vida. Don Miguel Pérez me dejó tres valores cardinales: el sentido de la justicia, la curiosidad por observar el mundo y la capacidad de cuestionar.

Don Miguel Pérez

La historia de Miguel Pérez, "Don Follo", es la de un compromiso que desafió la adversidad histórica. En los años de la posguerra en el Mogente rural la única posibilidad de acceso al saber en el campo era a través de la figura del Maestro Itinerante.

Don Follo, como otros Maestros de la República desposeídos de su cargo, ejercía su vocación fuera del sistema, en la intemperie. Su escuela no tenía paredes ni pupitres. En mi casa, su aula se instalaba en el umbral de la puerta de la calle, donde me sentaba frente a él  en una silla. Dado que yo era hijo único en ese hogar, sus clases conmigo eran totalmente individuales: él y yo. Don Follo llevaba la luz del conocimiento de un rincón a otro. No era solo un educador; era una persona profundamente comprometida con el  pensamiento libre.

Sustento y Sabiduría

Este trabajo cívico se ejercía sin sueldo ni contrato. Don Follo nunca cobró dinero por su labor. Su único sustento provenía de la generosidad y el aprecio de las familias a las que servía, pagado en alimentos caseros y productos del campo, la verdadera moneda de la supervivencia y la dignidad de aquella época. Recuerdo, incluso, que en varias ocasiones tuvo a bien compartir mesa con nosotros, extendiendo el vínculo más allá de lo meramente educativo.

Mi madre, en particular, se ocupaba de que el maestro recibiera su justa recompensa. Recuerdo con claridad el orgullo con el que ella preparaba con esmero aquello que la tierra y la casa podían dar, asegurándose de que el intercambio de conocimiento por sustento se realizara con el mayor respeto. Para mi madre y las otras familias, este pago no era una simple transacción, sino una deuda moral y un acto de profunda gratitud, reconociendo el valor incalculable de lo que Don Follo ofrecía: la oportunidad de un futuro distinto.

Su ejemplo me marcó de forma significativa, mostrándome que la lealtad a los principios es la mayor fuente de valor. Sus enseñanzas, grabadas a fuego, se estructuran en tres pilares que han marcado la trayectoria de mi vida:

I. El sentido Inquebrantable de la justicia

Don Follo representaba la equidad en un mundo desigual. Su enseñanza defendía la idea de que la verdad y la educación son derechos universales que se deben defender, incluso fuera del sistema. Él me enseñó que la dignidad humana no es un privilegio, sino un cimiento moral que debe ser exigido y respetado en cada encuentro. Este sentido de la justicia es la columna vertebral de mi vida.

II. Curiosidad por observar: la raíz del pensamiento

El maestro nos invitaba a ser curiosos observadores del mundo, a ir más allá de la superficie. Su enseñanza itinerante, ligada directamente a la tierra y a la vida de las personas, me demostró que el conocimiento no es una abstracción, sino un acto de profunda conexión con el entorno. La curiosidad, entendida como la llave para descifrar el orden de la vida, es la fuerza que ha guiado toda mi trayectoria académica.

III. La capacidad de cuestionar: el cimiento de la mente libre

Al enseñar al margen, Don Follo defendía el derecho a la crítica y al pensamiento libre. Me mostró que el mayor riesgo no es equivocarse, sino dejar de pensar por uno mismo. Esta capacidad de cuestionamiento fue el regalo más valioso: el antídoto contra el conformismo y la tiranía intelectual. Es la base de mi compromiso con la siembra de una mente crítica y constructiva.

El legado que devuelve la luz

Don Miguel Pérez, "Don Follo", no solo fue uno de mis mentores; fue la figura que, desde la resistencia, me ofreció el andamio ético sobre el que construir mi vida profesional y personal. Sus valores son la brújula que ha guiado mis decisiones, mis convicciones y mi compromiso.

Cuando concebí Del candil a la bombilla, mi propósito era íntimo: legar a mis hijas y hermanas mis recuerdos de infancia, subrayando la importancia de nuestras raíces y el andamiaje familiar. Sin embargo, el mensaje de Maribel me ha mostrado que el propósito del libro ha trascendido lo familiar. Hoy sé que mi relato es también un humilde acto de reparación y generosidad, un vehículo para que el legado de hombres buenos, como Miguel Pérez, siga vivo y sea reconocido por las nuevas generaciones. Mi libro se ha convertido en un instrumento para devolver a la comunidad la luz que ellos me dieron.

El mayor honor que puedo rendirle es seguir aplicando cada uno de sus principios en mi día a día.


Gracias, Miguel Pérez. Tu candil sigue alumbrando la esencia de lo que soy.


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