
Nuestra Atalaya estaba ahí, tan majestuosa como siempre, mimada por los primeros rayos del sol, vigilada por la luna y siempre acompaña por el río cuyas aguas parecen rendirle permanente homenaje. Pronto, sin darse cuenta, la imponente fuerza del sol lo ha ocupado todo, y la luna casi invisible se ha marchado. Ahí sigue la Atalaya impasible al paso del tiempo, testigo silencioso de la historia de Cieza, con la disimulada satisfacción de saberse, sin pretenderlo, protagonista de parte de esa historia.
Pd. Otra imagen que hubiera podido acompañar esta entrada.
1 comentario:
Me han dicho que han premiado tu magnífica labor humanitaria. Merecido lo tienes. Un abrazo.
Publicar un comentario