Corría a toda la velocidad que le permitían sus pequeñas piernas. Quería verlo con sus propios ojos cuanto antes. Su padre venía detrás de él todo lo rápido que podía; quería volver a verlo; lo había visto muchas veces pero siempre le fascinaba. Esta mañana había sido al bajar a comprar el periódico.
El pequeño llegó al final de la calle y se frenó en seco. Ahí, justo ahí, era donde se paraba a veces para mirar la bonita montaña que coronaba su pueblo, la Atalaya. Y ahora… ahora… ¡su padre tenía razón! No había ni rastro de la montaña, había desaparecido por completo. Alguien se la había llevado y todo lo que había dejado era un muro blanco.
Su padre llegó a su lado.
-¿Ves como te decía la verdad, el ogro de las montañas se la ha llevado?
El niño tragó saliva y asintió.
-¿Y cuándo la devolverá?
-¡Ah! Seguro que el ogro de las Montañas nos la devuelve muy pronto.
(Mahira, 2011)
Y desde la falda de la Atalaya el pueblo apenas se veía. ¿Qué había pasado?Pd. Otras imágenes que hubieran podido acompañar esta entrada
1 comentario:
Felicidades a Mahíra por su sensibilidad. Su blog es uno de mis favoritos.
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