José Luis Pardos y Beatriz Gómez |
José Luis Pardos Pérez ha dedicado gran parte de su vida a la diplomacia. Ha estado en numerosos países por su trabajo desde Roma y Nueva Zelanda hasta Perú. Se ha interesado en la promoción de los Derechos del Hombre e Internet, entre otras cosas. Hoy en día, con 83 años, está jubilado, pero no se ha detenido. Está enfocado en un proyecto, la Fundación de Los Álamos, que se encuentra en Cieza (Murcia) y de la que es presidente. La asociación se dedica a tres cosas: la educación, la búsqueda de valores y la conciencia de la interculturalidad. En su finca de Los Álamos, Pardos comienza la entrevista con una gran puntualidad, bajo el sol mañanero de noviembre, aunque sin olvidar antes su rutina de la mañana. Enciende tres velas: una para su Libro Sagrado de Buda, otra para sus padres y otra para el actual Rey y María Teresa de Calcuta. Desde el comienzo, se muestra como un hombre afable quien posee un gran bagaje cultural y está lleno de experiencias.
¿Cómo se comenzó a interesar por el extranjero?
En 1950, en Murcia, yo tendría 16 años, había un capellán, llamado Don Dámaso. Se le ocurrió organizar una peregrinación de jóvenes al Año Santo en Roma. No te puedes imaginar el impacto que me produjo a mí Roma. Yo venía de Murcia y no veía nada más que galeras, tartanas…; y, de pronto, me encuentro con una ciudad como Roma, con el Vaticano, Plaza de España... Fue la primera vez que yo puse los pies en el extranjero. Cuando terminé la universidad, quería ser catedrático de Derecho Internacional porque el extranjero me había impactado muchísimo: el vuelo de unas 100 pesetas de París, los dos veranos en Tours y dos veranos en Cambridge donde viví con una familia. Todo eso me llevó a la necesidad de conocer el mundo internacional, y de poder conocerlo y enseñarlo en la universidad, lo que era mi vocación, hablar.
¿Cuál fue su formación?
Yo saqué matrícula de honor, excepto en Hacienda Pública. Me dieron el Primer Premio Extraordinario. Eso me permitió el gran éxito de mi vida, lo que me ha educado y me ha dado esta capacidad de reflexión, que fue ganar la beca en el Real Colegio de San Clemente de los Españoles de Bolonia.
Su deseo era ser catedrático. Entonces, ¿qué ocurrió para convertirse en diplomático?
Pues después de Bolonia me dije: “ya tengo las cartas puestas para volver a España y hacerme catedrático”. Sin embargo, el que gobernaba el tema, el señor Mariano Aguilar, me dijo que tenía que esperar 4 años porque las cátedras no se daban por oposición ni concurso, se daban a dedo. Yo tenía ya 24 o 25 años y no iba a esperar. Así, salieron las oposiciones a diplomático. Yo hablaba italiano, francés, inglés y un poco de alemán y me apunté, en 1958. De ahí, salió que me hice diplomático.
Lo consiguió a la primera y más en aquella época.
A la primera vez y estaban todos los hijos a los que llamaba purpurijenios, los que habían nacido a la púrpura de papá. Estaba un sobrino de Franco, Fernando Serrano Núñez y Polo. Otro era Alberto Martínez Tajo, hijo del ministro de Asuntos Exteriores. Ambos entraron, claramente. Luego, había un tío rarísimo que se llamaba José Luis Pardos Pérez. Nadie sabía quién era ni de dónde venía. Pero me coloqué y me rodeé de todos estos purpurijenios. Yo era de Murcia, pero traía a mis espaldas que había estudiado en el Real Colegio de San Clemente de los Españoles de Bolonia.
¿Cuál fue su destino más complicado como diplomático?
Bueno, en el año 1976 me trasladaron de Roma al Perú. Al principio, pensaba: “me dejo la carrera”. En Perú, me encuentro con la mayor pobreza que tú te puedes imaginar. Me entró una especie de depresión. Estuve dos meses casi sin hablar. Mercedes y yo decidimos irnos de Perú después de año y medio. Ya habíamos aprendido lo que teníamos que aprender.
También, presenció la Guerra del Fletán durante su destino en Canadá.
Fui a Canadá en 1992. Empecé a contar a Madrid que los canadienses ampliaban las aguas territoriales. Los canadienses empezaron a decirme a mí que no podíamos pescar, que el derecho era de ellos, pues habían ampliado las aguas territoriales. Hasta que un día me raptan un barco con 37 marineros. Cuando me enteré, lo primero que hice fue irme a ver cómo estaban mis marineros, quienes estaban en San Juan de Terranova. Cuando los marineros vieron que les estaban quitando el pescado y su barco estaba en un puerto canadiense, buscaron modos de volverse a España en avión. Llamé al armador y vino a verme. Le dije que le habían puesto una multa de 50.000 dólares y su barco tenía más de 700 toneladas. “Haz el favor de pagar la multa y sacar el barco”. Lo pagó y el barco llegó a Galicia. Sin embargo, Luis Solana, me llamó un día, diciéndome: “¿Quién te ha dado a ti órdenes de que el barco salga?” Le contesté: “Yo. ¿Cómo voy a tener yo el barco todavía allí? Como tú no me las has dado, las he dado yo”. Tengo la sensación que los embajadores, de vez en cuando, deben desobedecer las órdenes del Gobierno. Porque ahí y en Roma, yo desobedecí las órdenes dos veces.
Usted ha comentado la enorme importancia de la educación.
¿Cuál es su opinión sobre la educación española? La educación es la puerta de entrada a la personalidad, a la calidad y al valor de las personas. Hay que hacer un pacto nacional de educación, en el que realmente se sepa qué es y cómo es y cómo hay que dar esa educación a los niños que empiezan a los 3 años. La educación tiene una base común en unos valores fundamentales. La gran joya de España es la enorme diversidad cultural que tenemos. Si no lo sabemos aprovechar y nos enfrentamos unos con otros, estamos perdidos. Hay que saber que lo importante es aprovechar esa diversidad cultural para enriquecer al niño y al estudiante. Mario Bunge dice que está muy bien que los países tengan recursos naturales y que tengan comercio internacional…, pero lo más importante es que los países tengan un sistema educativo común, básico y concertado de acuerdo entre ellos y no enfrentados. Sino lo conseguimos estamos perdidos.
1 comentario:
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