Bartolomé Marcos con la Sierpe y el Laúd en cena preveraniega |
El Viaje (final) a Ninguna Parte de Bartolomé Marcos: Adivina quién viene esta noche
Ya saben ustedes lo que me ha pasado, o porque lo sabían o porque se enteraron al leer mi relato de la semana pasada en este mismo medio. Empieza a ser exhibicionismo rayano en la impudicia la mostración pública de mis intimidades. Y sin duda la enfermedad lo es, una intimidad, digo, y de las más personales. Una intimidad que intimida. Sí, la enfermedad es nuestra y nuestras son nuestras enfermedades. Pero no tengo vergüenza ninguna y expongo mis interioridades públicamente con la misma falta de pudor con la que en el hospital hurgaron en mis intimidades más íntimas, desde lo que tenía todas las trazas de ser una cacerola ultramoderna, pretenciosa y ruidosísima. De nuevo estaba allí Shakespeare cuando hablaba de que la vida es un cuento, contado por un idiota, lleno de estrépito y furia, sin ningún significado. Allí estaba mi vida, encerrada, atronada, apresada dentro de un endemoniado cachivache. Lo cuento en plan catarsis y, en lo que a ti se refiere, lector, con mi sincero deseo de que no te veas nunca en tesitura semejante.
Sin ir más lejos, mi propia mujer (y bien está que fuera ella, porque, si no, ¡qué vergüenza!) dice que llegó a verme el cerebro por dentro en esa centrifugadora núcleo-atómico-molecular en la que me introdujeron, en un momento en el que el equipo de médicos estaba entretenido con el espectáculo de los cientos de ruidosas radiografías procedentes de la resonancia magnética y hasta de la tomografía axial computerizada (¿no les da miedo?) de mi desparramado cerebro (perdón por la explicitud y por las posibles manchas). Sí, mis sesos parece que se desparramaron, pero parece también que han ido volviendo gradualmente a lo suyo, es decir, al nivel de locura habitual y razonable en que suele consistir la vida…y sin que duela la cabeza…por favor. Dolor…dolor…sólo dolor…horrible e inaplacable dolor de cabeza para cuyo alivio no había calmante que sirviera y que ha sido hasta hace pocos días una de las torturas más insufribles de esta dolencia (nunca mejor dicho) con que –envenenado regalo- me ha obsequiado la vida. Porca miseria.
Pero yo hoy les quería hablar de las visitas, que he tenido, desde un primer momento y hasta ya mismo, más que en toda mi vida. Muchas incluso en los peores primeros días en la UCI del hospital, donde me acompañó siempre mi familia más cercana y donde también creo que llegaron a estar antiguos alumnos y amigos muy queridos como Rafael Salmerón Pinar, Pedro Luis Almela, Pedro José Lucas, Libanio da Silva, o Antonio Gómez Portillo (Antonio, hoy mismo incluyo aquí mi quiniela electoral para el 26 J, aunque no sé si habré sido capaz de hilar muy fino, porque estoy desconectado, ni veo, ni leo, ni escucho absolutamente nada). Gracias a todos, aunque vislumbro aquella presencia vuestra como en una pesadilla nebulosa e incierta. Pero os vi allí y allí os recuerdo. También recuerdo que justamente el día de Santa Rita de Casia, abogada de los imposibles, el 22 de Mayo, en un momento en el que aún tenía prohibidas las visitas (él consiguió, no sé cómo, pero se ve que es buen político… sortear la prohibición) recibí la visita del alcalde de Cieza y amigo desde siempre Pascual Lucas. Santa Rita nació en 1381 en Italia. Su casa natal quedaba cerca del pueblito de Casia, a 40 millas de Asís, en la Umbría, región del centro italiano. Aquella época era de guerras, terremotos, conquistas, invasiones, rebeliones y corrupción. O sea, más o menos como ahora. Vivió 40 años consagrada como monja en un convento en el que las superioras le ordenaron, como ejercicio de obediencia, la absurda tarea de regar todos los días una planta muerta, o sea una planta sin futuro. Esperemos que el riego del tripartito acabe siendo más fecundo y germine en frutos de mejor y más próspero porvenir, aunque por todos lados escucho, ahora que por fin he podido empezar a escuchar sin dolor, que la campaña de la fruta de este año ha sido desastrosa desde el punto de vista de la generación de trabajo para los ciezanos y ciezanas. Para mí ha sido buena porque las fuentes de fruta no faltan allí, al fondo del pasillo, en la cocina.
Sí, en los peores momentos, en el Hospital, en lo que fue una larga y angustiosa noche que duró más de 20 días, llegué a tener restringidas y hasta prohibidas las visitas. Después, con el alta hospitalaria en la mano y en volandas de un ambulanciero gigante y noble llamado Domingo que hiperventilaba por el esfuerzo y de mi fuerte y voluntarioso yerno Antonio Ricardo, que –campeón descomunal y fortaleza sin desmesuras- colaboraba sin sobreesfuerzo aparente, llegó la exacerbación de las visitas, que venían sinceramente preocupadas e interesadas por mí: más familia, la misma familia que repetía, amigos, conocidos, antiguos alumnos. Hasta 37 visitas en el mismo día llegó a contar mi mujer, que me habría hecho falta una jefa de estudios tan capaz como Mari Carmen Galindo (que por cierto fue una de las visitas), para organizármelas.
Gracias. Gracias. Cuando uno ya no puede valerse por sí mismo es cuando más sentido, dimensión y relieve adquiere la ayuda necesaria de los demás. Gracias, porque en este tiempo no he estado nunca solo, aunque la llegada de la noche sobre las montañas que rodean el hospital Virgen de la Arrixaca, era aterradora, y la visión trastocada de los recipientes que dosificaban la medicación a través de los correspondientes goteros veía en ellos siniestros pero salvíficos semilleros de gusanos. En la noche, y todavía incluso en la vigilia, me resulta difícil disociar realidad y ficción. Nunca dormí. Ni un instante. O al menos no tuve ni un segundo de sueño reparador, y aún rondan mi cabeza extrañas y contradictorias sensaciones de plenitud y vacío que por fortuna no parecen afectar al pleno y racional funcionamiento de mis neuronas, que están todas y que hasta donde yo puedo saber, están en su sitio.
Aún me queda gente por citar, así que seguiré…con su permiso.
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