En un mundo de inmediatez y "ídolos efímeros", la búsqueda de modelos de conducta auténticos se ha vuelto más urgente que nunca. Los referentes son cruciales en la construcción de nuestra identidad, ya que nos ofrecen un mapa para la vida, más allá de la mera carrera profesional. Nos enseñan que el éxito real no se mide por la fama, sino por la integridad, la humildad y el impacto positivo que dejamos en nuestro entorno.
Siempre he tenido mis referentes, personas que por su conducta y valores me han servido como un modelo a seguir. Una de ellas, sin duda, es Francisca Moya, cuya vida es un faro de coherencia vital que ha influido en la construcción de mi propia identidad. Pero antes de Francisca, mis primeros mentores fueron mis padres. De mi madre, Enriqueta, aprendí la resiliencia hecha carne, una fuerza arrolladora que le permitía afrontar las faenas del campo con una dignidad inquebrantable. Me enseñó que la valentía no es la ausencia de fatiga, sino la voluntad de seguir adelante a pesar de ella. Mi padre, Conrado, me legó el silencio y la constancia. Su ejemplo me mostró que el trabajo bien hecho no necesita aplausos y que el amor más profundo no necesita palabras, simplemente actúa. Estas son algunas de las historias y enseñanzas que recojo en mi relato "Del Candil a la bombilla", donde exploro la importancia de nuestras raices y cómo las experiencias de vida de nuestros mayores iluminan nuestro propio camino.
En esta misma línea, el Premio al Mayor de la Región de Murcia 2025, otorgado a la filóloga Francisca Moya del Baño, adquiere un significado especial. Este galardón es un homenaje a sus logros pasados y un reconocimiento a su relevancia actual como guía para las nuevas generaciones.
Francisca Moya: El cincel de la humildad y la perseverancia
La trayectoria de Francisca Moya trasciende el hito de ser la primera mujer en obtener una cátedra en la Universidad de Murcia. Su vida es un testimonio elocuente de cómo la perseverancia y la humildad se entrelazan. Con una "naturalidad firme", rompió barreras en un ámbito predominantemente masculino. Es un claro ejemplo de resiliencia, demostrando que los desafíos no son impedimentos, sino oportunidades para el crecimiento y el fortalecimiento personal, y cómo transformar estas adversidades y obstáculos en posibilidades.
En ella he encontrado un pilar fundamental para cincelar mi propia alma, conectando con mi libro, "Vivir con ataxia: el alma cincelada". A través de su ejemplo, he podido profundizar en conceptos clave que también abordo en mi obra:
Resiliencia: Su vida me ha enseñado a convertir la adversidad en una obra de arte, utilizando el "cincel de la resiliencia" para pulir mi propia alma. Su ejemplo me ayuda a abrazar el "non finito" de mi vida, encontrando belleza en la imperfección y fortaleza en cada desafío superado.
La familia como andamio: Su manera de entender la familia, a la que yo llamo "tribu", me ha enseñado que las personas que me rodean son la verdadera fuerza que me sostiene. Su ejemplo refuerza la idea de que la familia es el "andamio" que construimos día a día, un soporte inquebrantable que nos ayuda a dar sentido a la vida y a enfrentar cualquier adversidad.
Compromiso social: Francisca Moya me ha mostrado que la excelencia profesional se enriquece cuando se pone al servicio de los demás. Su voluntariado en Proyecto Hombre y Cruz Roja me recuerda que la contribución a la comunidad es tan esencial como los logros individuales, demostrando que el verdadero impacto se mide en el bienestar colectivo.
El acto de entrega del premio fue de gran emotividad. La ceremonia fue reforzada por las palabras de los intervinientes, y de manera especial, por la participación sorpresa de su hijo, Juan Gallego Moya. Su potente voz, al interpretar la canción "Mattinata" de Ruggero Leoncavallo, me conmovió profundamente. Su intervención fue un "broche de oro", que reforzó la idea de que los lazos familiares son el cimiento que sostiene la vida. Este galardón no fue solo un reconocimiento público, sino también un recordatorio íntimo de la importancia de la educación, el servicio y la autenticidad como pilares de una vida con sentido.
En definitiva, Francisca Moya es un faro que me guía y me inspira. Su vida es una obra en constante creación, un testimonio vivo de que la integridad y la perseverancia construyen un legado perdurable
2 comentarios:
Cada día, cuando me levanto, le doy gracias a Dios por haberme creado, redimido, hecho cristiano y conservado la vida, le ofrezco mis pensamientos palabras y obras de este día y le pido que no permita que le ofenda y que me ayude a huir de las ocasiones de hacer el mal, y que crezca mi amor hacia el y hacia los demás, todo esto me lleva a reconocer la trascendencia de nuestra vida y la importancia de servir a los demás.
Sin que pueda parecer un juicio sobre lo que dices sobre Francisca Moya y un reproche a tu descripción de su personalidad quiero realizar el siguiente comentario.
En mi opinión sin Dios no somos nada, no sabemos de dónde venimos, ni lo que somos ni adonde vamos. En tu publicación no haces referencia a Dios y todo queda en unas virtudes humanas y no hay transcendencia de lo que hace, de su respuesta al fin para lo que ha sido creada, de los dones recibidos de Dios para ser como dices que es y de como ella ha sabido hacer fructificar los talentos recibidos de Dios. En fin que no la ves con los ojos con los que mira Dios a los seres humanos. No sabes cuanto lo siento.
Amigo mío,
Gracias por tus palabras. Valoro tu sinceridad y tu valentía al compartir conmigo tu perspectiva, especialmente en un tema tan personal y trascendente como es la fe.
Es cierto lo que dices sobre Francisca Moya. La he presentado con ojos humanos, destacando sus virtudes de humildad y resiliencia, su compromiso con la familia y la comunidad. Son cualidades que me conmovieron y quise compartir, porque son las mismas que a lo largo de mi vida me han sostenido y han forjado mi camino. Como sabes, siempre he intentado que la "máscara" y la "persona" sean una misma cosa, y en Francisca sentí esa coherencia que tanto valoro.
Tu mensaje me recuerda una de las grandes lecciones de mi infancia. Yo también fui criado en un mundo de fe. Mi maestro Don Pedro me habló del "valle de lágrimas" y del cielo como nuestro destino. Yo le escuchaba con respeto, pero mi alma, mi corazón de niño, me decía que el mundo, con sus juegos y sus risas, no era un lugar triste. Esa tensión entre lo que me decían que debía creer y lo que sentía con mi propia experiencia se convirtió en el gran misterio de mi catequesis.
A lo largo de mi vida, mi búsqueda de sentido me ha llevado a otros lugares. He intentado encontrar la trascendencia no en la espera de una vida futura, sino en la plenitud de esta, aquí y ahora. La he buscado en el murmullo del río, en el amor de mi tribu y en el acto de servir a la comunidad. Quizás mi brújula ha sido la de Frankl, la que me enseña que al hombre se le puede arrebatar todo menos su actitud. Mi fe está en la capacidad de mi alma para encontrar un propósito en la adversidad.
Por eso, como bien has dicho, en mi escrito no hago referencia a Dios. No es porque no lo crea, sino porque en mi historia personal, ese vacío es el espacio que la vida me ha obligado a llenar con mi propia lucha y con los valores que mis padres y mentores me transmitieron. Mi propósito es hablar de lo que conozco y he vivido.
Quizás mi camino es diferente al tuyo, pero el destino al que nos llevan, el de amar la vida y servir a los demás, nos une. Al final, no se trata tanto de quién tiene la razón, sino de cómo vivimos con esa verdad.
Te abrazo con un cariño inmenso y te agradezco, de corazón, que me hayas recordado la importancia de las preguntas que mi maestro me hizo hace tantos años.
Un sincero abrazo
Publicar un comentario