Mientras el mundo exterior parece empeñado en el desencuentro, en el menosprecio de los derechos humanos y en una peligrosa apuesta por la confrontación, lo que anoche sucedió en el Paraninfo fue un acto de resistencia. Se puso en valor lo que, sin lugar a dudas, es la joya de la corona de la Universidad de Murcia. En este contexto, la labor que emana de la institución en defensa de los valores se vuelve más importante que nunca. Anoche no solo se celebró un servicio; se celebró un refugio.
Porque la cultura, y esto quedó meridianamente claro, no es un adorno para la Universidad. Es, junto a la docencia y la investigación, un pilar básico que la sostiene y le da sentido. Sin su ecosistema cultural, tejido pacientemente durante cuatro décadas a través del teatro, la música y la poesía, la Universidad no sería realmente Universidad. Sería un cuerpo académico sin alma, un motor de conocimiento sin latido humano.
La gala fue, ante todo, un ejercicio de gratitud. Con una cuidada puesta en escena donde la música y la palabra se entrelazaron, se rindió homenaje a los protagonistas de esta historia. Se reconoció la visión de los distintos vicerrectores que marcaron el rumbo, pero el foco, con una justicia poética innegable, se posó sobre quienes han sido el verdadero motor del servicio. Nombres como Inmaculada Abenza, presente desde el inicio, y Carmen Veas, incorporada poco después, resonaron en el Paraninfo. Ellas no solo han trabajado en el servicio; han sido y son su imagen, el rostro visible de una gestión cultural impecable y, más importante aún, de una calidad humana que ha tendido puentes indestructibles.
Se aplaudió la tenacidad y el talento de un equipo que, supliendo con creatividad y una dedicación a prueba de presupuestos, ha hecho de la cultura un pilar de la institución. Han demostrado una y otra vez esa ingeniosa capacidad de gestión para estirar cada euro y multiplicar el impacto de sus programas, transformando directrices en una realidad vibrante y accesible.
Al salir del Paraninfo, con el eco de los aplausos todavía resonando, la sensación era clara. La noche no había sido solo un homenaje a un pasado brillante, sino una declaración de intenciones. Fue la constatación de que, gracias a la labor resiliente de su equipo, la cultura en la Universidad de Murcia ha trascendido lo académico para convertirse en un faro para toda la región. Un faro que, durante cuarenta años, ha demostrado que su luz no depende del presupuesto, sino del capital humano que lo mantiene encendido. Y esa es, hoy más que nunca, una lección impagable.
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