Imagino la escena: ataba la muela dolorida con un hilo fuerte y el otro extremo a la manivela de la puerta. Luego, con un golpe seco, cerraba la puerta. ¡Crac! Un instante brutal, pero el alivio para el "paciente" era inmediato y liberador.
Cada vez que me siento en el cómodo sillón de un dentista, pienso en ella. Pienso en sus manos, que igual traían niños al mundo que ponían fin a una agonía con un portazo. Su historia no es para romantizar las dificultades de antaño, sino para valorar el inmenso tesoro que hemos construido.
Aquella puerta era el síntoma de un abandono, la prueba de que la salud era un lujo y no un derecho. El verdadero homenaje a mi abuela, y a tantas como ella, es defender con uñas y dientes nuestra sanidad pública. Luchar para que la única puerta que se cierre sea la de la consulta, después de una atención digna y segura.
Esta es solo una de las historias que narro en mi obra autobiográfica, «Del candil a la bombilla». Si te ha conmovido, te invito a descubrir el relato completo en: https://goo.su/3IVhEP2
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