Y si soy completamente sincero, mi estado de ánimo en estos momentos es una mezcla de dos fuerzas que tiran en direcciones opuestas: un vértigo profundo y una calma serena.
El vértigo viene de las preguntas que supongo que todo autor se hace antes de abrir su alma al mundo. ¿Estoy haciendo lo correcto? ¿Es este un relato que realmente interesará a alguien? ¿Servirán de algo estas páginas escritas con tanto cuidado? Es la sensación de estar al borde del trampolín, mirando el agua que parece lejana, sabiendo que el salto es inminente y que ya no hay vuelta atrás. Es el temor a la exposición, a no estar a la altura de las expectativas, empezando por las mías.
Pero entonces, respiro hondo. Y en medio de ese torbellino, llega la calma.
La calma no nace de la certeza del éxito, sino de la claridad del propósito. Me recuerdo a mí mismo que no escribí este libro para encabezar listas, sino para compartir un mapa. Para demostrar, primero a mí mismo y luego a quien quisiera leerlo, que un diagnóstico no es un punto final, sino un punto y aparte. Que la vida, como las esculturas de Miguel Ángel, puede ser bella e inmensamente valiosa en su estado non finito.
Mi misión con este libro siempre ha sido transformar la conversación sobre la adversidad, llevándola del terreno de la pérdida al del crecimiento. Y ese propósito me ancla y me da paz.
Y en estos momentos, la pieza que equilibra la balanza es, sin duda, la tribu. El apoyo que he sentido durante todo este proceso, las conversaciones y los ánimos han sido el andamio sobre el que se ha construido este proyecto.
Hoy solo quería compartir esto con vosotros, de forma honesta. Este es el principio de la cuenta atrás final. El próximo miércoles, 20 de agosto, el libro comenzará su propio viaje.
Gracias por estar ahí, al otro lado. Vuestro apoyo es la calma que vence a cualquier vértigo.
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