sábado, 25 de junio de 2016

Todo es incierto en la vida, pero la vida sigue

Bartolomé Marcos con la Sierpe y el Laúd en cena preveraniega
Estamos en la jornada de reflexión de unas re-elecciones generales cuyo resultado en estos momentos es totalmente incierto; como incierto era ayer el resultado del referéndum inglés. Hoy ya es una certeza que Inglaterra deja la Unión Europea; de forma similar, mañana noche conoceremos el resultado electoral en nuestro país. Pero quizás el mejor resumen de todo es que la vida sigue. En solo cinco años hemos vivido una profunda transformación en ideas, principios y valores que durante décadas nos habían hecho pensar que eran inmutables; y seguro que en los próximos cinco años vamos a asistir a otras profundas transformaciones. Los historiadores, sociólogos y expertos valoraran en su momento estos cambios. Pero, en cualquier caso, podremos seguir siendo testigos y protagonistas del presente y podremos seguir diciendo que la vida sigue como se desprende del siguiente artículo de Bartolomé Marcos después de reencontrarse con la vida. ¡Todo es incierto en la vida, pero la vida sigue!

El Viaje (final) a Ninguna Parte de Bartolomé Marcos: Adivina quién viene esta noche
Ya saben ustedes lo que me ha pasado, o porque lo sabían o porque se enteraron al leer mi relato de la semana pasada en este mismo medio. Empieza a ser exhibicionismo rayano en la impudicia la mostración pública de mis intimidades. Y sin duda la enfermedad lo es, una intimidad, digo, y de las más personales. Una intimidad que intimida. Sí, la enfermedad es nuestra y nuestras son nuestras enfermedades.  Pero no tengo vergüenza ninguna y expongo mis interioridades públicamente con la misma falta de pudor con la que en el hospital hurgaron en mis intimidades más íntimas, desde lo que tenía todas las trazas de ser una cacerola ultramoderna, pretenciosa y ruidosísima. De nuevo  estaba allí Shakespeare cuando hablaba de que la vida es un cuento, contado por un idiota, lleno de estrépito y furia, sin ningún significado. Allí estaba mi vida, encerrada, atronada, apresada dentro de un endemoniado cachivache. Lo cuento en plan catarsis y, en lo que a ti se refiere, lector, con mi sincero deseo de que no te veas nunca en tesitura semejante.

Sin ir más lejos, mi propia mujer (y bien está que fuera ella, porque, si no, ¡qué vergüenza!) dice que llegó a verme el cerebro por dentro en esa centrifugadora núcleo-atómico-molecular en la que me introdujeron, en un momento en el que el equipo de médicos estaba entretenido con el espectáculo de los cientos de ruidosas radiografías procedentes de la resonancia magnética y hasta de la tomografía axial computerizada (¿no les da miedo?) de mi desparramado cerebro (perdón por la explicitud y por las posibles manchas). Sí, mis sesos parece que se desparramaron, pero parece también que han ido volviendo gradualmente a lo suyo, es decir, al nivel de locura habitual y razonable en que suele consistir la vida…y sin que duela la cabeza…por favor. Dolor…dolor…sólo dolor…horrible e inaplacable dolor de cabeza para cuyo alivio no había calmante que sirviera y que ha sido hasta hace pocos días una de las torturas más insufribles de esta dolencia (nunca mejor dicho) con que –envenenado regalo- me ha obsequiado la vida. Porca miseria.


Pero yo hoy les quería hablar de las visitas, que he tenido, desde un primer momento y hasta ya mismo, más que en toda mi vida. Muchas incluso en los peores primeros días en la UCI del hospital, donde me acompañó siempre mi familia más cercana y donde también creo que llegaron a estar antiguos alumnos y amigos muy queridos como Rafael Salmerón Pinar, Pedro Luis Almela, Pedro José Lucas, Libanio da Silva, o Antonio Gómez Portillo (Antonio, hoy mismo incluyo aquí mi quiniela electoral para el 26 J, aunque no sé si habré sido capaz de hilar muy fino, porque estoy desconectado, ni veo, ni leo, ni escucho absolutamente nada). Gracias a todos, aunque vislumbro aquella presencia vuestra como en una pesadilla nebulosa e incierta.  Pero os vi allí y allí os recuerdo. También recuerdo que justamente el día de Santa Rita de Casia, abogada de los imposibles, el 22 de Mayo, en un momento en el que aún tenía prohibidas las visitas (él consiguió, no sé cómo, pero se ve que es buen político… sortear la prohibición) recibí la visita del alcalde de Cieza y amigo desde siempre Pascual Lucas. Santa Rita nació en 1381 en Italia. Su casa natal quedaba cerca del pueblito de Casia, a 40 millas de Asís, en la Umbría, región del centro italiano. Aquella época era de guerras, terremotos, conquistas, invasiones, rebeliones y corrupción. O sea, más o menos como ahora. Vivió 40 años consagrada como monja en un convento en el que las superioras le ordenaron, como ejercicio de obediencia, la absurda tarea de  regar todos los días una planta muerta, o sea una planta sin futuro. Esperemos que el riego del tripartito acabe siendo más fecundo y germine en frutos de mejor y más próspero porvenir, aunque por todos lados escucho, ahora que por fin he podido empezar a escuchar sin dolor, que la campaña de la fruta de este año ha sido desastrosa desde el punto de vista de la generación de trabajo para los ciezanos y ciezanas. Para mí ha sido buena porque las fuentes de fruta no faltan allí, al fondo del pasillo, en la cocina.


Sí, en los peores momentos, en el Hospital, en lo que fue una larga y angustiosa noche que duró más de 20 días,  llegué a tener restringidas y hasta prohibidas las visitas. Después, con el alta hospitalaria en la mano y en volandas de un ambulanciero gigante y noble llamado Domingo que hiperventilaba por el esfuerzo y de mi fuerte y voluntarioso yerno Antonio Ricardo, que –campeón descomunal y fortaleza sin desmesuras- colaboraba sin sobreesfuerzo aparente,  llegó la exacerbación de las visitas, que venían sinceramente preocupadas e interesadas por mí: más familia, la misma familia que repetía, amigos, conocidos, antiguos alumnos. Hasta 37 visitas en el mismo día llegó a contar mi mujer, que me habría hecho falta una jefa de estudios tan capaz como Mari Carmen Galindo (que por cierto fue una de las visitas), para organizármelas. 


Gracias. Gracias. Cuando uno ya no puede valerse por sí mismo es cuando más sentido, dimensión y relieve adquiere la ayuda necesaria de los demás. Gracias, porque en este tiempo no he estado nunca solo, aunque la llegada de la noche sobre las montañas que rodean el hospital Virgen de la Arrixaca, era aterradora, y la visión trastocada de los recipientes que dosificaban la medicación a través de los correspondientes goteros veía en ellos siniestros pero salvíficos semilleros de gusanos. En la noche, y todavía incluso en la vigilia, me resulta difícil disociar realidad y ficción. Nunca dormí. Ni un instante. O al menos no tuve ni un segundo de sueño reparador, y aún rondan mi cabeza extrañas y contradictorias sensaciones de plenitud y vacío que por fortuna no parecen afectar al pleno y racional funcionamiento de mis neuronas, que están todas y que hasta donde yo puedo saber, están en su sitio.


Aún me queda gente por citar, así que seguiré…con su permiso.

miércoles, 15 de junio de 2016

El Viaje (final) a Ninguna Parte de Bartolomé Marcos: Frutoterapia

Bartolomé Marcos: Primera "vueltecita" tras la "resurrección"
Mi familia (incluido mi hermano Antoñico y mi cuñada Maruja) se ha volcado en este largo mes infausto de mi vida y ha sido pieza necesaria y esencial para sacarme a flote y mantenerme en el mundo de los vivos. Gracias…os quiero. Mención especial aparte merece también la frutoterapia, bendición de esta tierra nuestra, canalizada sobre todo a través de mi consuegro Morcillo, también algo delicadillo de salud – gracias, tío- de mi cuñado Pedro y su esposa Marisol- extraordinarios y sabrosísimos albaricoques - y de mi noble chicarrón del Sur, Paco, el novio y esposo próximo de mi pequeña Patricia. Será en Diciembre. Será. Seguro. Será. Terapia intensiva de melocotones y albaricoques de la tierra de los que me surte la familia y que en mi situación de limitadísima movilidad reducida a deambular por el pasillo del pequeño piso que heredé de mi madre, en el que siempre he vivido y vivo, termina siempre en la cocina, donde me espera tentadora una bien provista fuente de fruta a la que, vuelta sí, vuelta también, voy dando repetidos tientos. Es el único aliciente de cada penoso “paseíllo”.

Pues bien, mi último artículo, antes del adiós casi postrero y definitivo que el azar, la decisión más o menos caprichosa (pero que agradezco) de autoridad de mayor nivel, la fuerza y la energía de influyentes plegarias de mistérico alcance que sobrepasan mi natural y racional entendimiento (me consta que han rezado por mí hasta las descalzas reales que acampan desde hace siglos sin pagar IBI en la Puerta del Sol de Madrid, y no es intercesión que desdeñe desde el estado de extrema fragilidad por el que he atravesado o que me ha atravesado a mí, dejándome a pesar de todo inmaculado -y muy lejos de mi intención pecar en estas circunstancias de irreverente, ¡válgame Dios!-decía que mi último artículo publicado antes de que la vida, que sin permiso se me concedió, sin permiso  estuviera a punto de serme arrebatada, se titulaba (aquel artículo reciente de esotra vida tan remota) “Mirar al futuro” (el de nuestro pueblo de Cieza) y fíjense qué ironía con el poco futuro que a la vista de lo sucedido parecía quedarme a mí. Por escaso que pudiera ser el de Cieza. Desenrollo el lío y abrevio no sea que vaya a darme otro ataque.

Porque, fíjense bien en la magnitud de lo que me ha ocurrido desde la entrega de aquel artículo, hace poco más de un mes: en fin, lo sabe ya casi todo el pueblo de Cieza, porque estas cosas suelen comentarse desde la sinceridad del aprecio, la novedosa fuerza del acontecimiento, o el más o menos morboso alivio de que le ha pasado a otro. El viernes, 6 de Mayo, a eso de las 16.30 horas, estando  en casa acompañado de mi hija pequeña Patricia, me sobrevino inopinadamente (nadie le había pedido opinión alguna al engendro) un potente derrame cerebral, en diagnóstico médico posterior, técnica y literalmente, hemorragia subaracnoideabenigna (menos mal), que no por benigna menos dañina, ya que estadísticamente, hace hincar el pico ipso facto al 40% de los afectados, mientras otro 30% suele quedarse con graves secuelas y el resto presenta una diversidad de situaciones que incluyen la de que te quedes como si no te hubiera pasado nada, expresión textual (que no acabo de creerme aún del todo) utilizada en mi caso por los médicos especialistas para referirse a la ausencia total de secuelas…ni orgánicas ni funcionales. Los especialistas subrayaron la gravedad del accidente cerebro- vascular sufrido por mí y quienes no eran especialistas se refirieron a la suerte que había tenido e incluso a lo “milagroso” del resultado final.

Lo cierto es que sigo vivo contra pronóstico y que tendré que volver al hospital para una revisión dentro de 6 meses. Pero mi primera experiencia de ingreso hospitalario ha sido pródiga en sensaciones y vivencias que creo dignas de ser contadas y hoy, aquí y ahora, inicio una saga de artículos en los que les iré dando a ustedes la tabarra sobre lo que se siente en la centrifugadora diabólica de la resonancia magnética o en un escáner (que yo siempre había pensado que era un aparato de captación de imágenes, pero no de imágenes de tu cerebro). Nunca perdí la consciencia, o al menos eso creo. Al revés. Durante casi un mes tuve la sensación de que una mano perversa había encendido el botón (y eso sé que no le gustaba oírlo a mi querida esposa, que ha sufrido mucho) de la vigilia permanente. Imposible dormir. Eso y los terribles dolores de cabeza provocados por la sangre en proceso de interminable centrifugación, han sido dos de las características más definitorias de un doloroso trance que aún colea y que ha tenido episodios oníricos como el de mi salida de la UCI del Hospital al día siguiente de ser ingresado para aparcar en mi propio coche, junto a mi mujer, en el parking del hospital “Virgen de la Arrixaca”. Un episodio que me dicen que nunca ocurrió y que yo sigo viendo con absoluta viveza y realismo pero que me abstuve de contar a los médicos porque la unidad médica en la que me mantuvieron ingresado era contigua a la Unidad Psiquiátrica y no era cosa de tentar a la suerte. 

Y si una cosa me ha ido quedando clara tras esta (sin juicios de valor) “maravillosa” experiencia, es que tu mente (siempre maravillosa)  te puede matar y tu mente te puede salvar. No puedo ni debo rematar (¡oh, perdón!) esta primera entrega sin agradecer su preocupación a los cientos de ciezanos y ciezanas que se han interesado por mí en estos días azarosos y tristes en los que, de vuelta de un más allá que parece bastante cercano del acá, puedo comprobar que España sigue atascada. 

Amigos. Seguiré contándoles si ustedes se dejan.


Un segundo, un minuto, una hora, un día, una semana, un mes… ¡las cosas que pueden pasar en poco más de un mes o en poco más de un segundo!... Aquí está Bartolomé Marcos como hace poco más de un mes, como siempre… o tal vez como nunca