sábado, 30 de agosto de 2025

Mi tribu ha cincelado mi alma

Si me acompañáis en este blog desde hace tiempo, sabéis que mi vida se ha convertido en una obra de arte inacabada. Es un proceso de cincelado constante, y la ataxia ha sido el gran bloque de mármol que me ha tocado esculpir.

Hoy, sin embargo, quiero hacer una pausa y dedicar este espacio a una verdad que, para mí, se ha vuelto más importante que cualquier otra: la obra maestra no se cincela en soledad. Mi libro, "Vivir con ataxia: el alma cincelada", es un relato sobre este camino, pero su verdadera esencia no está en mi esfuerzo, sino en las manos de mi tribu. Este artículo es mi forma de decirles que la mano que ha guiado la herramienta, que ha sostenido mi alma y que me ha devuelto la luz, ha sido la de ellos.

La tribu: el andamio imprescindible

Lo que yo entiendo por "tribu" va mucho más allá de un grupo de personas. Para mí, mi tribu es el andamio que sostiene la obra inacabada de mi vida. Es la estructura que me permite trabajar, avanzar y no caer cuando el suelo se mueve bajo mis pies. Sin este andamio, simplemente, no estaría aquí. Cada viga, cada soporte, cada pieza en esta estructura tiene un nombre y un apellido.

El primer andamio: la arcilla del hogar

El taller de mi vida se fundó entre las paredes de mi casa en Cieza. Fue allí donde aprendí la primera lección de la resiliencia: no se aprende en los libros, sino con el amor silencioso de los gestos cotidianos. Mis padres, mis hermanos, mis dos hijas y mi mujer, la que me acompañó en el primer tramo del camino, fueron las vigas maestras del primer andamio. Con su amor, comenzaron a darle forma a mi alma, ayudándome a pulir las aristas más duras del miedo y la incertidumbre. En el calor de la familia, mi casa dejó de ser un simple lugar para convertirse en un puerto seguro, el primer y más firme andamio de mi vida.

El sostén de mi actual compañera de viaje

Pero hay vigas que merecen un apartado propio. La de mi actual compañera de viaje. Su presencia no solo ha reforzado mi andamio, sino que se ha convertido en una parte activa de mi tribu, una viga que sostiene mi vida diaria. Su presencia ha sido un cincel constante, firme, que ha trabajado conmigo, a mi lado, cada día. Ella no ha sido solo un hombro en el que apoyarme, sino una mano que me ha ayudado a sostener la herramienta, mostrándome una fuerza que no sabía que tenía.

Las vigas de apoyo para cada desafío

A medida que el bloque de piedra se hizo más grande, mi andamio creció y se adaptó. Con cada nuevo desafío, un nuevo soporte era colocado por mi tribu para que yo no me derrumbara.

  • Los pilares de Cieza y la universidad: la tribu que se escoge es tan vital como la que se hereda. Con ellos, mis amigos de Cieza y la universidad, no solo compartí tiempo y espacio, sino una forma de entender la vida. Me vieron no como un paciente, sino como un igual, un cómplice. Con ellos, el humor se convirtió en una viga indispensable que rompía la tensión. Su respeto era un soporte que me permitía seguir siendo yo mismo, incluso cuando mi cuerpo ya no era el mismo.

  • La viga de la presencia silenciosa: a menudo, el apoyo no necesita palabras. Es un abrazo en el momento oportuno. Un amigo que me acompaña a un evento sin que se lo pida. Una simple presencia que me dice: "Aquí estoy, y contigo estoy seguro de que no nos perdemos". Esas vigas, sutiles y poderosas, han sido los puntales que me han mantenido en pie.

  • La viga de la inspiración: mi tribu no se limita a mi círculo más cercano. Se extiende a aquellos que, desde la distancia, han visto en mi historia una lección de vida. Sus palabras y sus preguntas son una viga más en mi andamio, recordándome que mi historia tiene un propósito que va más allá de mí mismo, que puede ser un faro para otros.

El optimismo es la belleza del andamio

Mi optimismo no es una cualidad innata. Es la belleza que ha surgido de un andamio bien construido. El resultado tangible de la fuerza, el cariño y el apoyo de mi tribu. Ellos me han mostrado que, aunque la ataxia es mi sombra, la luz de su apoyo es mucho más poderosa y que el sufrimiento, cuando es compartido, se convierte en un acto de fe.

Mi libro, "Vivir con ataxia: el alma cincelada", es en esencia un himno a este andamio. Es mi forma de decirles que esta obra no es mía, sino nuestra. Es un testimonio de que el alma cincelada, lejos de ser un logro solitario, es un milagro forjado en comunidad.

Si esta historia te ha resonado, me gustaría invitarte a una conversación. ¿Quién forma tu propio andamio? ¿Quién ha sostenido el cincel para que tu alma pueda brillar? Te leo en los comentarios.

 

miércoles, 27 de agosto de 2025

La Universidad de Murcia: mucho más que un aula

 

Hay lugares que son un trabajo y hay lugares que son un proyecto de vida. Cualquiera que me conozca sabe que para mí, la Universidad de Murcia nunca fue lo primero y siempre ha sido, y será, lo segundo. Cada pasillo que he recorrido en la Facultad de Trabajo Social, cada seminario sobre intervención sociocomunitaria que he impartido, cada proyecto tejido con las asociaciones de la región no eran simplemente tareas en un calendario, sino las piezas mismas que daban sentido a mi vocación. Mi pacto, profesional y personal, era con la UMU y su misión irrenunciable: ser un faro de conocimiento útil y, sobre todo, profundamente humano para la sociedad murciana.

Durante décadas, volqué toda mi energía en honrar ese pacto. En poner al estudiante en el centro, no como un eslogan vacío, sino como una práctica diaria y consciente. En tejer redes con el tejido social para que la universidad no fuera una burbuja de marfil, sino una herramienta de transformación real. Mi identidad era esa, indivisible: un profesor de la Universidad de Murcia, comprometido hasta la médula con su gente.

Y entonces, un temblor interno, sordo y persistente, amenazó con romper ese pacto. Al principio no hubo un diagnóstico, ni una certeza a la que aferrarse. Solo llegaban susurros. Los susurros de la ataxia se colaron en mi propia aula, el lugar donde me sentía más seguro. Recuerdo un día en el aula 3.2. Me levanté para escribir en la pizarra y, por un instante, el suelo pareció inclinarse bajo mis pies. Me aferré al borde de la mesa con una fuerza desmedida, notando el frío de la madera, mientras el corazón me martilleaba en los oídos. Nadie se dio cuenta, pero en ese segundo de pánico silencioso, la pregunta fue brutal: ¿estoy perdiendo el control de mi propio cuerpo delante de las personas a las que debo guiar?

El miedo fue profesional, casi institucional. ¿Podría seguir sirviendo a mi universidad, a mis alumnos, con un cuerpo que empezaba a traicionar las certezas sobre las que había construido toda mi carrera?

La respuesta, paradójicamente, no la encontré en ningún manual, sino en el propio ADN de la Universidad de Murcia. Fueron los mismos pilares que yo había defendido con tanta pasión los que se convirtieron en mi andamio. Si mi eje siempre había sido la transferencia de conocimiento, ahora esa filosofía se aplicaba a mi propia vida de forma orgánica. No hubo una decisión consciente, ni un plan estratégico. Simplemente, mi cuerpo estaba cambiando y mi docencia, orgánicamente, cambió con él.

El aula dejó de ser únicamente un espacio de docencia teórica para transformarse, casi sin darme cuenta, en un taller. Mi taller. El lugar donde, a la vista de todos, me estaba rediseñando. Las clases magistrales, donde yo me movía sin parar por el espacio gesticulando y buscando la complicidad, dieron paso a seminarios serenos, sentados en círculo, donde mi función ya no era tanto exponer como facilitar el debate. Paradójicamente, al reducir mi movilidad física, aumenté la conexión del grupo.

Mis alumnos, herederos de ese espíritu de comunidad que siempre intenté fomentar, estuvieron a la altura del reto de una forma que aún hoy me emociona. No vieron a un profesor que flaqueaba; vieron una lección que no estaba en los libros.

La Universidad de Murcia no fue el escenario pasivo de mi enfermedad. Fue el agente activo de mi reconstrucción. Como psicólogo, siempre supe que el aprendizaje significativo nace del vínculo, pero fue la ataxia la que me lo demostró de la forma más cruda y hermosa. Descubrí que cuando un profesor se permite ser vulnerable, no pierde autoridad; al contrario, crea un entorno de seguridad psicológica donde los alumnos se atreven a ser más curiosos, a preguntar sin miedo y a conectar de verdad. La lección ya no era solo sobre Trabajo Social; era una lección viva sobre la resiliencia y la fuerza de esa interdependencia humana que tantas veces había explicado en mis clases.

Mi aula se convirtió en mi andamio, y mis alumnos, sin saberlo, fueron los mejores arquitectos.

Esta reflexión es una de las paradas importantes en el viaje que propongo en mi libro, "Vivir con ataxia: el alma cincelada". Si te apetece seguir conversando, puedes encontrarlo aquí: https://amzn.to/3V7J2lb



sábado, 23 de agosto de 2025

El Taller del Alma: crónica de cómo mi casa en Cieza me enseñó a vivir de nuevo

Recuerdo el sol de media tarde entrando por la ventana del salón, dibujando rombos dorados en las baldosas. Conocía ese dibujo de memoria. Era el mismo que había visto desde niño, el mapa sobre el que había jugado, corrido y vivido sin prestarle la más mínima atención. Para mí, mi casa en Cieza era un espacio de certezas, un territorio tan familiar como mi propio cuerpo.

Jamás imaginé que ambos, casa y cuerpo, se convertirían un día en paisajes extraños que tendría que aprender a explorar de nuevo, con la torpeza y la curiosidad de un recién llegado.

Cuando la ataxia entró en mi vida, no lo hizo con un estruendo, sino en silencio, alterando las reglas de lo cotidiano. Mi diagnóstico no fue solo un informe médico; fue un golpe de cincel que me obligó a detenerme y a observar la materia de la que estaba hecho. Y esa primera observación, la más cruda y honesta, tuvo lugar entre estas paredes. Busqué respuestas en la filosofía y en el arte, en la metáfora sublime del non finito de Miguel Ángel, pero la vida, con su ironía, me tenía preparada la lección más importante en el lugar que yo daba por sentado.

Una geografía alterada

Lo primero que cambió fue el espacio. El pasillo, que siempre me había parecido un simple conector entre habitaciones, se transformó en un desafío de equilibrio. Las baldosas, antes mudas, se convirtieron en una cuadrícula que medía mi inseguridad. Cada paso era una negociación. La silla donde me sentaba a leer, la manivela de la puerta del dormitorio, la altura del estante de los vasos… todo el diseño de mi vida se reveló de pronto como una arquitectura pensada para un hombre que yo ya no era.

Al principio, cada uno de estos pequeños obstáculos era una fuente de inmensa frustración. Un recordatorio constante de mi pérdida. Era como si la casa, mi refugio, se hubiera puesto en mi contra. Pero con el tiempo, y gracias a la paciencia infinita de mi tribu, esa perspectiva empezó a cambiar. La frustración, lentamente, dio paso a la curiosidad. Si no podía abrir un bote de la manera habitual, ¿existía otra? Si no podía caminar en línea recta, ¿podía apoyarme en la pared y convertirla en mi aliada?

Las herramientas invisibles del taller

Fue entonces cuando descubrí que mi hogar no era un enemigo, sino un taller lleno de herramientas invisibles. La herramienta más afilada era, sin duda, el humor. Recuerdo un día en que, al intentar sentarme en el sofá, calculé mal la distancia y acabé en el suelo. La primera reacción fue la rabia. Pero entonces, mi familia, en lugar de correr a levantarme con cara de espanto, me miró y dijo con una calma absoluta: "Hacía tiempo que no te veía tan entregado a la relajación". Nos echamos a reír. Y en esa risa, el peso de la torpeza se disolvió.

Ese día comprendí que mi familia era el "andamio humano" del que hablo a menudo. Un soporte vivo, flexible y afectuoso que no solo me sostenía para que no cayera, sino que me ayudaba a ver la caída desde otro lugar. La paciencia se convirtió en el martillo que usaba para romper mis viejas expectativas. La aceptación era el barniz que protegía la madera herida.

Cada día se convirtió en un pequeño experimento. Este hogar dejó de ser un museo de mi vida pasada para transformarse en un laboratorio de mi presente. Un espacio seguro para la prueba y el error, donde podía permitirme ser vulnerable, torpe e imperfecto sin ser juzgado. Estaba aprendiendo, en la práctica más absoluta, el significado de la aceptación radical.

El mapa completo de un viaje

Aceptar que las cosas son como son, no como nos gustaría que fueran, es una de las lecciones más difíciles. Pero es en esa aceptación donde reside la verdadera libertad. Mi casa, con sus nuevos desafíos, me enseñó a dejar de luchar contra la realidad y a empezar a bailar con ella.

Esta crónica es solo una de las muchas reflexiones que he hilado en "Vivir con ataxia: el alma cincelada", el libro que es, en esencia, el mapa completo de este viaje. Si estas palabras resuenan contigo, te invito a recorrerlo por completo.

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Muchos de vosotros habéis estado en esta casa. Quizás ahora, al leer esto, la recordéis de una manera diferente. Me conmovería leer en los comentarios qué rincón de vuestro propio hogar se ha convertido en un maestro inesperado.

miércoles, 20 de agosto de 2025

El día ha llegado: "Vivir con ataxia: el alma cincelada" ya está disponible

Ayer os hablaba de la sensación de estar en el umbral, de ese diálogo íntimo con la metáfora del non finito de Miguel Ángel. Os compartía cómo esa obra inacabada se había convertido en el espejo de mi propia biografía.


Hoy, ese umbral se cruza. Las puertas del taller personal se abren de par en par para todos vosotros.

Con una mezcla de vértigo y una inmensa gratitud, os anuncio que mi libro, "Vivir con ataxia: el alma cincelada", ya está publicado. Este proyecto, que ha sido un faro en los últimos meses, no es un punto de llegada, sino un punto de partida. No lo concebí como un libro, sino como un instrumento para compartir mi experiencia y, sobre todo, para abrir una conversación necesaria sobre la resiliencia.

Como os he ido contando, esta historia se sostiene sobre tres pilares que son el ancla de mi vida:

  • Cieza, el hogar: Donde se forja la resiliencia en lo cotidiano y el humor se convierte en la herramienta más afilada para seguir adelante.

  • La Universidad, la vocación: El lugar donde la vulnerabilidad se transformó en mi mayor fortaleza como profesor, redefiniendo mi propósito.

  • La Tribu, el refugio: Ese "andamio humano" de familia y amigos que demuestra que ninguna obra, por personal que sea, se esculpe en soledad.

Mi mayor deseo es que este libro sea una invitación a conversar sobre la capacidad de encontrar un nuevo propósito y la extraña belleza que se esconde en la imperfección.

"Vivir con ataxia: el alma cincelada" ya está disponible en Amazon en sus dos formatos: eBook Kindle y libro de Tapa Blanda.

Podéis encontrarlo y asomaros a esta historia aquí: https://amzn.to/3V7J2lb

Gracias por haberme acompañado hasta aquí. Vuestro apoyo ha sido la luz que ha iluminado este taller.

Un abrazo enorme.

martes, 19 de agosto de 2025

Mañana abro las puertas del taller


Durante años, he mantenido una conversación en silencio. Un diálogo íntimo con una figura de mármol atrapada en su lucha por existir: el Esclavo despertando de Miguel Ángel. En sus marcas de cincel, en su tensión inacabada, encontré el espejo más fiel de mi propia biografía. Vi un alma cincelada, no por un artista, sino por la propia

Este libro, que mañana comparto con vosotros, no es más que la transcripción de ese diálogo. Es el eco de una revelación: la vida, en su esencia, es un proceso non finito constante. Todos somos, de alguna manera, una obra en perpetua creación, con nuestras propias grietas y batallas.

Mañana, las puertas de este taller personal se abren del todo. Mi historia, forjada entre Cieza, la universidad y mi tribu, estará disponible para quien quiera asomarse. No es un manual de respuestas, sino una invitación a conversar sobre la resiliencia, la aceptación y la extraña belleza que se esconde en la imperfección.

Para quienes sentís curiosidad y queréis ser los primeros en entrar en este espacio cuando abra sus puertas mañana, la página ya está preparada y, como primicia, podéis verla aquí: https://www.amazon.es/dp/B0FMPR3VYT.

Gracias por caminar a mi lado hasta este umbral. Nos vemos mañana.

lunes, 18 de agosto de 2025

Mi abuelo Eliseo

Hay historias familiares que marcan para siempre. La de mis abuelos maternos, Eliseo y Dolores, es una de ellas.


Mi abuelo era un hombre de luz, un electricista orgulloso en los años 30 del siglo pasado que formaba parte de esa avanzadilla que llevaba la modernidad a la España rural. Pero un terrible accidente laboral, del que fue injustamente culpado, lo apagó por dentro. Despedido y señalado por la comunidad, el estigma lo empujó a él y a su familia a un exilio interior en la sierra de Mogente, a un paraje aislado y abrupto llamado Cambredo.

Mientras mi yaya Dolores demostraba una fortaleza inmensa, sacando a la familia adelante de la nada, mi abuelo se hundió en una profunda depresión, incapaz de superar la pérdida de su identidad profesional. De aquella prueba de supervivencia, de aquel aislamiento, nació nuestro apodo familiar: “Los Cambredoners”. Un nombre nacido del dolor, pero que hoy llevamos con un orgullo inmenso.

Su historia me enseñó una lección brutal sobre lo frágil que es construir toda nuestra identidad sobre la profesión. Me enseñó que la verdadera fortaleza, la que nos define, no reside en el cargo que ocupamos, sino en nuestra capacidad para levantarnos cuando todo se derrumba. El orgullo por ser un 'Cambredoner' no viene de su éxito, sino de su resiliencia.

Esta es solo una de las historias que narro en mi obra autobiográfica, «Del candil a la bombilla». Si te ha conmovido, te invito a descubrir el relato completo en: https://goo.su/3IVhEP2

viernes, 15 de agosto de 2025

El vértigo y la Calma: a 5 días del lanzamiento

Estamos a 15 de agosto. En solo cinco días, el próximo miércoles 20, el libro "Vivir con ataxia: el alma cincelada" estará disponible para cualquiera que quiera asomarse a sus páginas.

Y si soy completamente sincero, mi estado de ánimo en estos momentos es una mezcla de dos fuerzas que tiran en direcciones opuestas: un vértigo profundo y una calma serena.

El vértigo viene de las preguntas que supongo que todo autor se hace antes de abrir su alma al mundo. ¿Estoy haciendo lo correcto? ¿Es este un relato que realmente interesará a alguien? ¿Servirán de algo estas páginas escritas con tanto cuidado? Es la sensación de estar al borde del trampolín, mirando el agua que parece lejana, sabiendo que el salto es inminente y que ya no hay vuelta atrás. Es el temor a la exposición, a no estar a la altura de las expectativas, empezando por las mías.

Pero entonces, respiro hondo. Y en medio de ese torbellino, llega la calma.

La calma no nace de la certeza del éxito, sino de la claridad del propósito. Me recuerdo a mí mismo que no escribí este libro para encabezar listas, sino para compartir un mapa. Para demostrar, primero a mí mismo y luego a quien quisiera leerlo, que un diagnóstico no es un punto final, sino un punto y aparte. Que la vida, como las esculturas de Miguel Ángel, puede ser bella e inmensamente valiosa en su estado non finito.

Mi misión con este libro siempre ha sido transformar la conversación sobre la adversidad, llevándola del terreno de la pérdida al del crecimiento. Y ese propósito me ancla y me da paz.

Y en estos momentos, la pieza que equilibra la balanza es, sin duda, la tribu. El apoyo que he sentido durante todo este proceso, las conversaciones y los ánimos han sido el andamio sobre el que se ha construido este proyecto.

Hoy solo quería compartir esto con vosotros, de forma honesta. Este es el principio de la cuenta atrás final. El próximo miércoles, 20 de agosto, el libro comenzará su propio viaje.

Gracias por estar ahí, al otro lado. Vuestro apoyo es la calma que vence a cualquier vértigo.

miércoles, 13 de agosto de 2025

Mi abuelo, el paredón y el secreto que escondía la palabra «colegio»

En mi familia, como en tantas otras de la España de posguerra, el silencio era u
n mecanismo de supervivencia. Se aprendía a no nombrar el dolor, a cubrir el trauma con eufemismos. El nuestro, para hablar del infierno que vivió mi abuelo José Ramón tras la Guerra Civil, era decir que «había estado en el colegio».

Mi abuelo era un hombre bueno y respetado en Mogente, fundador de una almazara cooperativa basada en la justicia y la honestidad. Pero sus ideales republicanos le costaron caros. Fue acusado falsamente de asesinar a un cura y encerrado en una prisión franquista. Allí, además del hambre y el maltrato, vivió la tortura psicológica de ser llevado varias veces ante el paredón para presenciar fusilamientos, sin saber nunca si él sería el siguiente.

La historia podría haber terminado ahí, en una de esas ejecuciones o en la locura. Pero la mentira sobre la que se sostenía su condena tenía una fisura: el cura al que supuestamente había matado estaba vivo, ejerciendo como capellán en Zaragoza.

Y aquí es donde la historia de mi abuelo se convierte en la historia de la valentía de mi padre. Siendo apenas un joven, emprendió un viaje casi imposible hasta Zaragoza, encontró a aquel cura y consiguió de él una carta que certificaba que estaba vivo. Ese papel, un simple trozo de papel, fue el que sacó a mi abuelo del infierno tras tres años de injusto cautiverio.

Contar esto hoy no es remover el pasado; es entenderlo. Es mi forma de romper aquel silencio impuesto y de honrar no solo el sufrimiento de mi abuelo, sino el coraje de mi padre, que se atrevió a buscar la verdad cuando la mentira era ley. Su acto de amor y justicia es el verdadero legado que ilumina las sombras de nuestra memoria familiar.

Esta es la versión íntima de un relato con muchas más capas. He explorado la conexión de esta vivencia familiar con los debates actuales sobre la memoria en un artículo más extenso publicado en Medium. Si te ha resonado esta historia y quieres profundizar en la reflexión, te invito a leerlo.

Puedes leer el artículo completo y ampliado aquí: https://tinyurl.com/Abuelomemoria

martes, 12 de agosto de 2025

La fascinación por la obra inacabada: el eco de Miguel Ángel en mi propia vida

 No soy historiador del arte, ni crítico, ni escultor. Apenas un aficionado que, de vez en cuando, se detiene a contemplar la belleza. Sin embargo, hay una figura que me atrapó desde hace años y que sigue
sin soltarme: Miguel Ángel Buonarroti. No es solo la perfección sobrehumana de su David o la compasión infinita de su Piedad vaticana lo que me conmueve. Es algo más íntimo, más crudo y dolorosamente humano, que se manifiesta con una fuerza arrolladora en el conjunto de sus obras inacabadas.

Para mí, esas piezas non finito son, paradójicamente, las que más tienen que decir, las que mejor resumen la esencia no solo de su arte, sino de la propia existencia.

Recuerdo, como si fuera ayer, mi primera visita a la Galería de la Academia de Florencia. Me acerqué, dejando atrás el bullicio, y me detuve frente a los Esclavos. No eran meras esculturas; eran presencias. Sentí la tensión del Esclavo joven contorsionándose, la fuerza contenida del Atlas que parece sostener el peso del mundo sobre sus hombros aún sin tallar, y tu propia y agónica pugna, Esclavo despertando, por liberarte de la roca que te aprisiona. Pude ver las marcas del cincel, las cicatrices de la creación, y sentí que no eran un signo de imperfección, sino el testimonio de una batalla.

Durante años, sentí que había algo más que las explicaciones académicas. Una conexión inconsciente con esa idea de que la perfección no reside en el producto final inmaculado, sino en el acto mismo de la creación, en la tensión entre lo posible y lo real.

¿No somos nosotros mismos una obra inacabada? Una eterna pugna por definir nuestra identidad, por pulir nuestras aristas, por liberarnos de aquello que nos oprime, por alcanzar una versión de nosotros mismos que quizás nunca llegue a ser definitiva. La vida, en su esencia, es un proceso de non finito constante.

No sabía hasta qué punto esa intuición se convertiría en el mapa de mi propia vida. Un día, llegó una sola palabra que actuó como un imán y dio sentido a un mosaico de síntomas que no entendía. Ataxia. Aquella fascinación por la belleza de lo imperfecto se había convertido en mi propia biografía. El non finito ya no era una reflexión estética; era mi condición.

domingo, 10 de agosto de 2025

La obra inacabada tiene rostro y fecha: "Vivir con ataxia: el alma cincelada"


Durante años, me ha fascinado la obra
non finito de Miguel Ángel, esas esculturas que parecen luchar por liberarse de la piedra. Veía en ellas una metáfora poderosa de la propia existencia: una batalla constante por definirnos, por pulir nuestras aristas, por alcanzar una versión de nosotros mismos que quizás nunca será definitiva. No sabía hasta qué punto esa intuición se convertiría en el mapa de mi propia vida.

Hoy, con una mezcla de vértigo y una serena emoción, quiero compartir con vosotros el fruto de este viaje. Es un inmenso placer anunciar oficialmente que mi libro, "Vivir con ataxia: el alma cincelada", se publicará el próximo 20 de agosto de 2025 en formato eBook y libro de tapa blanda.

Este libro es mi diálogo más íntimo con el mármol, la crónica de cómo un diagnóstico, la ataxia, se convirtió en el cincel que empezó a esculpir mi vida sin mi permiso. Pero es también el testimonio de cómo podemos aprender a guiar ese cincel, a encontrar belleza en la imperfección y a construir un propósito incluso cuando el diseño original se ha hecho añicos.

Aquí os presento su portada, el rostro de esta obra. Es una imagen que, para mí, captura la esencia de este relato: la fragilidad, la interdependencia y la belleza que reside en la lucha compartida.

Espero que estas páginas sirvan de eco, de compañía y de luz para quien se sienta en su propia batalla con el mármol. La obra continúa, y me sentiré honrado de que me acompañéis en este tramo del viaje.


miércoles, 6 de agosto de 2025

La puerta, el hilo y el ¡crac! de mi abuela

Hay historias familiares que se te graban a fuego, y una de las que más me impactó fue la que mi padre me contaba sobre mi abuela Luisa en el Mogente de los años 50. En un tiempo sin dentistas, un dolor de muelas era una auténtica tortura. Y mi abuela, con una mezcla de ingenio y valentía, era la solución.

Imagino la escena: ataba la muela dolorida con un hilo fuerte y el otro extremo a la manivela de la puerta. Luego, con un golpe seco, cerraba la puerta. ¡Crac! Un instante brutal, pero el alivio para el "paciente" era inmediato y liberador.

Cada vez que me siento en el cómodo sillón de un dentista, pienso en ella. Pienso en sus manos, que igual traían niños al mundo que ponían fin a una agonía con un portazo. Su historia no es para romantizar las dificultades de antaño, sino para valorar el inmenso tesoro que hemos construido.

Aquella puerta era el síntoma de un abandono, la prueba de que la salud era un lujo y no un derecho. El verdadero homenaje a mi abuela, y a tantas como ella, es defender con uñas y dientes nuestra sanidad pública. Luchar para que la única puerta que se cierre sea la de la consulta, después de una atención digna y segura.

Esta es solo una de las historias que narro en mi obra autobiográfica, «Del candil a la bombilla». Si te ha conmovido, te invito a descubrir el relato completo en: https://goo.su/3IVhEP2