sábado, 13 de diciembre de 2025

La historia de Juanjo Ortiz y el triunfo de la felicidad

La genialidad creativa de Miguel Ángel nos legó dos tipos de belleza: el David, que encarna la perfección formal y pulida, y el Esclavo despertando, que expone la nobleza de la lucha por emerger del mármol. Para el relato Vivir con ataxia: el alma cincelada, la belleza humana no reside en la inmaculada perfección del David, sino en la tensión y el proceso del Esclavo despertando.

La vida de Juanjo Ortiz Marín es la prueba irrefutable de que el Esclavo es tan hermoso y perfecto como el David, porque su existencia es el triunfo de la felicidad resiliente, forjada durante más de cuatro décadas por el amor inquebrantable de su familia.

I. El golpe seco: la irrupción del Non Finito

Juanjo era un niño alegre, un buen estudiante y amante del fútbol. Pero el 23 de febrero de 1977, un accidente traumático—su caída por el hueco de la escalera— impuso el "non finito" en su vida. La obra que se creía planificada fue golpeada por un cincel inesperado.

  • Aprender a hablar con el mármol: ante los pronósticos desalentadores, Juanjo fue la figura obligada a "aprenderlo todo desde cero" a través de años de operaciones y rehabilitación interminables. Su lucha por recuperar las funciones es la materialización del concepto de "alma cincelada", que no es otra cosa que el espíritu moldeado y fortalecido por la adversidad.

  • No resignación, sino propósito: sus padres, Pepita Valera y el difunto Juan Ortiz, comprendieron que la tarea no era la resignación, sino la integridad de la lucha. La vida de Juanjo se convirtió en el faro de un proyecto que transformaría la adversidad en un propósito trascendente.

II. La belleza de la pugna: el camino del Esclavo despertando

Juanjo representa la belleza de la condición humana en su punto más vulnerable y valiente. Su felicidad no fue un regalo, sino el resultado de aplicar la filosofía del microéxito en el día a día.

  • El microéxito como combustible: La familia encontró el motor de la vida en que "cualquier cambio o progreso por pequeño que fuera llenaba de gozo y eran un aliciente para seguir". Esta estrategia, vital para el afrontamiento de la ataxia, enseña que la felicidad no se espera en una meta final, sino que se celebra en cada pequeño avance.

  • La fortaleza de Pepita: La madre, Pepita Valera, es el pilar de la resiliencia en tiempo presente. Ella vivió bajo la filosofía del deportista de élite, demostrando que la vida no se abandona. Su visión de la vida, basada en que el dolor desgarrador y la felicidad son compatibles, permitió que el sufrimiento se transformara en lucha, superación y esperanza. Su fuerza es lo que hoy sostiene la alegría de Juanjo.

III. El andamio del amor y el logro de la integración plena

El relato de la ataxia enfatiza que el "alma cincelada" necesita una "tribu" o "andamio" para sostenerse. El triunfo de Juanjo es el éxito de este andamio familiar y comunitario.

  • El andamio de la familia: la familia se organizó bajo la corresponsabilidad y la comunicación sincera, un cimiento que permitió que, incluso tras el fallecimiento del padre, el hogar siguiera siendo un lugar donde "se respira felicidad". Juanjo, plenamente integrado, disfruta de la compañía de sus sobrinos, que son parte esencial de su alegría.

  • La plenitud a pesar de las limitaciones: la familia se negó a la reclusión, logrando la integración absoluta. Juanjo ha disfrutado plenamente de la vida, participando en viajes de estudios, carnavales, y multitud de viajes y colonias con la asociación. Con absoluta certeza: "Con sus limitaciones, Juanjo ha sido feliz, ha disfrutado de la familia y de la vida".

  • El propósito forjado: la cofundación de la asociación "Tocaos del Ala-Ángel Soler" es la evidencia de que la adversidad fue canalizada en servicio. La vida activa de Juanjo en la asociación (Centro de Día, talleres, risoterapia) valida la máxima de su madre: "Para ser feliz tienes que saber el porqué, el para qué y el para quién".

Conclusión: el triunfo de la existencia

Juanjo Ortiz Marín es el triunfo de la existencia que se niega a ser incompleta. Su historia es la mejor lección sobre la belleza humana: no está en la figura inmaculada (David), sino en el valor existencial del Esclavo despertando que se niega a quedar prisionero.

El hecho de que Juanjo sea una persona alegre, integrada y que haya disfrutado plenamente de la vida, es la confirmación de que la vida, aunque marcada por cicatrices, encuentra su máximo esplendor en la constancia de la batalla, en el amor que nos sostiene y en la capacidad de transformar el dolor en un proyecto de plenitud. La suya es una obra de arte, no a pesar de sus limitaciones, sino gracias a la lucha que la define.

Este artículo forma parte de una reflexión constante sobre la Teoría Vivida y la resiliencia, inspirada en mi experiencia como paciente de ataxia. Para una exploración más profunda de estos conceptos y las estrategias de afrontamiento, el relato completo "Vivir con ataxia: el alma cincelada".

miércoles, 3 de diciembre de 2025

Volver a la “Tierra”: la fiesta de la oliva y el ADN de la colaboración

En el corazón de la geografía valenciana y murciana, en municipios como Cieza y en comarcas interiores como la que engloba a Mogente, el olivo no es solo un cultivo: es un testamento vivo. A pesar del evidente abandono del campo en muchos parajes, que han visto desaparecer otros cultivos, el olivar tradicional se yergue con sus troncos retorcidos, adaptado al clima y la sequía, resistiendo en el paisaje agrícola.

La recolección de la oliva, que inunda la agenda de noviembre y diciembre, es, por ello, un fenómeno sociológico singular. Mientras otras labores han sido completamente absorbidas por la industria, la campaña olivarera se mantiene como un poderoso motor de conexión humana, atrayendo a familias y amigos de vuelta a la tierra.


El rito de volver: la herencia en la mochila vital

La imagen de grupos de personas trabajando en los bancales, especialmente durante los fines de semana y festivos, responde a una mezcla de necesidad económica y, sobre todo, a una profunda tradición social. Es una forma de refuerzo de vínculos, un reencuentro que trasciende la simple tarea.

El valor de esta ayuda mutua no es nuevo. Es la herencia directa de la economía moral rural de subsistencia que regía la vida de nuestros antepasados. Es la demostración práctica de que el candil de las raíces sigue alumbrando los valores esenciales de hoy:

“Recuerdo en Mogente, en la Casa del Macho, que para la cosecha de olivas en pleno invierno, mi abuelo Eliseo, mis tías y mis tíos subían para ayudarnos, especialmente los fines de semana. No hacía falta pedirlo; era un gesto natural, una manifestación práctica de ese cariño que nos unía”.

Esa certeza, la de saber que la familia se unirá por el esfuerzo compartido, es lo que hace que este rito se mantenga inalterable, cimentando el orgullo por nuestras raíces. Estos valores, como el esfuerzo y la colaboración, se convierten en el legado inmaterial que compone nuestra Mochila Vital.

El aval de la neurociencia y la psicología social

Desde una perspectiva científica, esta colaboración masiva que forjó la solidaridad como un mecanismo de supervivencia heredado tiene una explicación clara. La conexión social no es solo un ideal, es un imperativo biológico. El apoyo de la tribu combate el estrés crónico y promueve la liberación de oxitocina, la llamada hormona del vínculo social.

La cohesión del grupo, como la que se ve en la recolección, genera un espacio de autenticidad donde la satisfacción reside en el esfuerzo conjunto, reforzando en cada miembro el sentimiento de pertenencia. El bienestar colectivo que emana del trabajo codo con codo es la recompensa más valiosa, más allá del fruto recogido.


 La recolección actual: eficiencia y convivencia

En la actualidad, la campaña de la oliva ha sabido integrar la modernización sin destruir su esencia social. La clave es el equilibrio entre la eficiencia y la preservación de la calidad del aceite y la convivencia.

  • Herramientas para aligerar la carga: hoy, el trabajo pesado se facilita con herramientas modernas, como los vibradores mecánicos o los peines eléctricos o neumáticos. Esto reduce el tiempo que pasamos en el campo, pero no elimina la necesidad de la cuadrilla humana para extender las mallas, mover la aceituna o rematar el vareo.

  • El sistema de la almazara: la aceituna llega a la almazara en remolques (el relevo de las burras de antaño). Allí, la centrifugación ha sustituido al viejo prensado con capachos de esparto, garantizando una higiene máxima y una pureza excepcional. La imagen al caer la tarde, con las largas colas de coches y remolques cargados a la entrada, es el gran ágape comunitario donde se comentan los rendimientos.

La fiesta de la oliva y el legado de fortaleza

El verdadero colofón a estas jornadas de esfuerzo físico, que se nutre de la tradición de la ayuda mutua, es la celebración que viene después. En mi caso, y en el de muchas familias y amigos en la actualidad, hemos bautizado este final como “la fiesta de la oliva”.

Se trata de un gran evento de hermandad: una gran comida festiva donde toda la familia y amigos se juntan, no solo para relajarse, sino para celebrar juntos el fruto del trabajo. Esta fiesta es el ancla emocional que sella el pacto de ayuda. Es la versión festiva y comunitaria de aquel almuerzo compartido en el campo, elevando la recolección de una mera tarea agrícola a un rito de pertenencia ineludible.

El olivo es un árbol longevo y fuerte, y esa misma resistencia se refleja en la cultura que lo rodea. La recolección de la oliva es una lección de vida que sigue recordándonos que, aunque la tecnología avance, el sentido de pertenencia y la unidad familiar siguen siendo los pilares inamovibles. El orgullo por nuestras raíces, que nos une a la tierra de Cieza y nos conecta con el esfuerzo del Mogente de mi niñez, se fortalece con cada año.

La recolección de las olivas no es solo sacar un fruto; es un acto consciente de mantener vivo el lazo con la tierra y con nuestra gente, culminado con un merecido festín. Si te ha conmovido esta reflexión sobre la herencia y las raíces del Mogente del siglo pasado, encontrarás muchas más referencias a la vida en el campo en mi relato "Del candil a la bombilla: Huellas biológicas y ambientales en la forja de una identidad".

Seguro que el próximo 10 de diciembre en el museo de Siyasa, en la presentación de mi otro relato “Vivir con ataxia: el alma cincelada”, recordaremos juntos el profundo significado de la recolección de la oliva. Porque no importa cuán lenta o ardua sea la tarea; lo crucial es la valentía de perseverar en el esfuerzo, encontrando el propósito en el trabajo compartido.

 



 

sábado, 29 de noviembre de 2025

Caminar sobre la pasión: cuando el arte se convierte en fuerza

A menudo caminamos por nuestra ciudad con la prisa de la rutina, sin detenernos a pensar en el suelo que pisamos o las paredes que nos rodean. Pero en Cieza, eso es imposible. En Cieza tenemos el privilegio de vivir dentro de una obra de arte.

Hoy quiero escribir sobre mi fascinación absoluta por el Paseo de Cieza, y rendir un sentido homenaje al hombre cuyo genio creativo lo hizo posible: el maestro José Lucas, o como le sentíamos de cerca, Pepe Lucas.

El genio indómito de Pepe Lucas

José Lucas (1945-2023) fue mucho más que un pintor; fue una fuerza de la naturaleza. Aunque desgraciadamente su inmensa fuerza creativa nos dejó hace poco, su legado sigue gritando vida.

Es cierto que Lucas tiene muchas obras al aire libre repartidas por la geografía (murales en estaciones, esculturas en plazas...), pero la intervención de Cieza juega en otra liga. ¿Por qué? Porque esta está en el corazón mismo de nuestra ciudad. No es una obra para visitar en un museo o en una zona de paso periférica; es el eje vertebral de nuestra vida diaria. Lucas supo entender que el arte no debía estar encerrado, sino expuesto, latiendo en el mismo centro donde late el pueblo.

1986: la transformación definitiva

Este espacio tan céntrico y emblemático ha sufrido muchas transformaciones y remodelaciones a lo largo del tiempo. Ha cambiado de nombre y de forma, pero la intervención que realizó José Lucas en 1986 es la que ha perdurado. Fue la definitiva.

¿Y sabéis por qué? Porque no fue una simple reforma urbanística. Fue una declaración de identidad. Pepe Lucas no quiso pintar un paisaje bonito que "hiciera juego" con el río Segura. Él quiso plasmar el espíritu interno de Cieza. Sus colores —esos rojos sangre, los ocres de la tierra, los negros profundos— no buscan la calma, sino la pasión. Es la sangre que bombea por el costado de la ciudad.

Caminando sobre el arte: la singularidad

Para mí, la magia está en que caminamos sobre la obra. Lucas rompió los límites e integró la cerámica en el suelo, obligándonos a sentir el arte bajo nuestros pies. Y no olvidemos las columnas; esos elementos estructurales que él convirtió en esculturas, en tótems verticales que nos acompañan en el recorrido. Es una obra "total" que te envuelve; no la miras desde fuera, estás dentro de ella.

El testigo silencioso de nuestra vida

Pero quizá, lo que más me emociona al pasear por aquí es pensar en todo lo que estas paredes han visto. Desde su construcción, el Paseo de Lucas se ha convertido en el testigo silencioso de la vida de Cieza.

Es un testigo dual. Por un lado, observa el transitar tranquilo de las gentes: los paseos de los abuelos, las primeras citas, los corredores solitarios... las pequeñas historias anónimas. Y por otro, ha sido el escenario de fondo de múltiples eventos de todo tipo: ferias, conciertos, procesiones y celebraciones que han marcado nuestra historia reciente. Todo lo importante que ha pasado en Cieza en las últimas décadas ha ocurrido bajo la atenta mirada de esta obra maestra.

Pepe Lucas ya no está con nosotros, pero nos dejó el regalo más grande posible: la identidad visual de nuestro pueblo. Cada vez que cruzamos el Paseo, estamos manteniendo vivo su recuerdo y su genio.

Un elemento vitamina para el futuro

Y para mí, hoy, cruzar este Paseo es recibir una inyección de vida. Su belleza y expresividad actúan como un verdadero "elemento vitamina" que me da fuerzas para afrontar el presente y el futuro con optimismo. Esa energía es la que quiero compartir con vosotros muy pronto.

El próximo miércoles 10 de diciembre, os espero a solo unos pasos de esta obra maestra, en el Museo de Siyasa. Allí presentaré mi libro 'Vivir con ataxia: el alma cincelada'. Será un honor que seáis vosotros, mi tribu, quienes llenéis ese espacio para celebrar juntos el arte de vivir.


miércoles, 26 de noviembre de 2025

El Chicharra: huellas de hierro en la memoria de Cieza y en la mía propia

 

A menudo pensamos que la historia se escribe solo en los libros, con fechas frías y datos técnicos. Pero la verdadera historia, la que perdura, es la que se graba en la memoria de las personas que la vivieron y forman parte de sus raíces. Hoy quiero hablaros de un protagonista de hierro y vapor que definió una época para Cieza y que, para mí, significó el puente hacia una nueva vida: el tren conocido cariñosamente como "El Chicharra".

Más que un tren: el pulso de Cieza

Para la Cieza del siglo XX, la línea de ferrocarril de vía estrecha que nos unía con Villena, pasando por Jumilla y Yecla, no era simplemente un medio de transporte. Era una arteria vital. En una época donde las carreteras eran difíciles y los camiones escasos, el Chicharra fue el caballo de batalla que permitió el auge de la industria del esparto, sacando nuestra producción hacia el puerto de Alicante y conectándonos con el mundo.

Fue un símbolo de progreso y de esfuerzo colectivo, un tren humilde y lento —de ahí su apodo, por el sonido monótono de sus máquinas similar al canto de la cigarra— que, sin embargo, aceleró el corazón económico de nuestra comarca.

Mi viaje en el Chicharra: una odisea personal

Pero la importancia de este tren trasciende lo económico; se adentra en lo íntimo. Para mi familia y para mí, el Chicharra no fue el tren del esparto, sino el vehículo de nuestra gran transición vital.

Recuerdo vivamente aquel 15 de agosto de 1964. Dejar atrás Mogente, mi "Casa del Macho" y el paraje de El Bosquet, suponía cerrar un capítulo fundamental de mi infancia. Cieza se presentaba como la promesa de un futuro mejor, pero llegar hasta aquí fue una auténtica odisea que grabó a fuego la distancia en mi mente infantil.

Sin coche propio, aquel traslado se convirtió en una travesía de casi doce horas para recorrer poco más de cien kilómetros. Tuvimos que tomar un tren hasta Villena, luego un autobús hasta Yecla y, finalmente, subirnos a aquel otro tren, el "Chicharra".

Aquel vagón de madera no solo transportaba nuestras maletas; transportaba nuestros miedos, nuestras esperanzas y esa mezcla de nostalgia y valentía que sentían mis padres. Para mí, bajar de ese tren en Cieza fue cruzar el umbral definitivo. Fue el final del viaje físico, pero el comienzo de mi etapa de la "bombilla", dejando atrás la luz del candil.

Las huellas que quedan hoy

Hoy, el "Chicharra" ya no silba entre los montes. El progreso y el asfalto silenciaron sus máquinas hace décadas. Sin embargo, su memoria se resiste a desaparecer.

Quedan huellas físicas que podemos tocar y recorrer. Las antiguas estaciones, algunas recuperadas y otras en ruinas, se mantienen como testigos de piedra de aquel ajetreo. Y, sobre todo, queda la Vía Verde del Chicharra, esa cicatriz en el paisaje que ha transformado el camino de hierro en un sendero de vida, deporte y naturaleza. Recorrerla hoy es un ejercicio de arqueología emocional: donde ahora pasean ciclistas y caminantes, antes circulaba la vida comercial y humana de toda una comarca.

Pero las huellas más profundas no están en las vías, sino en nosotros. Quedan en el recuerdo de quienes, como yo, vivimos ese traqueteo en primera persona. Quedan en las exposiciones que rescatan fotografías en blanco y negro, y en relatos como este, que intentan que el olvido no cubra lo que una vez fue nuestro enlace con el mundo.

El Chicharra fue lento, sí, pero nos llevó a nuestro destino. A Cieza le trajo prosperidad y a mí me trajo a mi nuevo hogar. Y eso es algo que ni el tiempo ni el levantamiento de los raíles podrán borrar jamás.

Seguro que el próximo 10 de diciembre en el museo de Siyasa, en la presentación de mi relato Vivir con ataxia: el alma cincelada, recordaré ese viaje. Porque no importa lo lento que avancemos ni cuántos transbordos nos obligue a hacer la vida; lo único crucial es tener la valentía de subirnos al tren que nos lleva hacia nuestro propósito.


 

Referencia: Reflexión extraída de los capítulos biográficos del libro "Del candil a la bombilla: Huellas biológicas y ambientales en la forja de una identidad".


sábado, 22 de noviembre de 2025

El día que el "pato mareado" alzó el vuelo

Ayer, viernes 21 de noviembre, ocurrió algo que hace apenas un tiempo me habría parecido una utopía. Después de cinco años de silencio público, volví a subirme a una tarima. El escenario fue la Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM), en el marco del XVIII Congreso Internacional de Enfermedades Raras, pero para mí, aquel espacio fue mucho más que un auditorio: fue el lugar donde el "Esclavo despertando" decidió hablar.

El vértigo del silencio: cuando el "Esclavo" decide hablar

Confieso que sentí vértigo. No el de la ataxia, que ya es mi compañero habitual, sino el vértigo emocional de quien se expone a pecho descubierto ante maestros de la vida. Durante 42 años fui el profesor que enseñaba psicología desde la seguridad de la tarima. Ayer, sin embargo, no habló el académico; habló el paciente, el hombre que ha visto cómo su escritura se tiñe de rojo en la pantalla y su caminar se vuelve incierto.

La verdad del "pato mareado": mirarse en el espejo sin máscaras

Empecé mi intervención admitiendo lo que soy ahora: un "pato mareado". Puede sonar duro, pero nombrarlo fue liberador. Les conté cómo la ataxia, con su cincel implacable, me bajó de mi atalaya de profesor y me obligó a mirarme en el espejo de la vulnerabilidad. Les hablé de mis dificultades para mantener el equilibrio, de mi habla pausada que ahora ensayo con esmero, y de esa letra de médico que ya no reconozco como mía.

Mi tribu como andamio: la metamorfosis hacia la Mariposa Azul

Pero mi objetivo no era quedarme en la queja. Quería compartir con mi tribu —con la gran familia de D'Genes, que ayer fue mi grúa y mi cemento— que la vida, incluso con ataxia, es una obra de arte non finito. Les expliqué que, al igual que las esculturas inacabadas de Miguel Ángel, nuestra belleza no reside en la perfección pulida, sino en la fuerza con la que emergemos de la piedra bruta.

Y entonces, ocurrió la magia. Mientras hablaba de la neuroplasticidad y de cómo el espíritu permanece libre aunque el cuerpo se fatigue, sentí que el "pato mareado" se transformaba. Les hablé de la Mariposa Azul, el símbolo de la ataxia. Les dije que mi caminar errático, mi zig-zag, no es un fallo, sino un vuelo único e indomable.

Reivindicar el zig-zag: el permiso innegociable para soñar

En ese momento, logré expresar exactamente lo que mi alma necesitaba gritar. Pedí permiso para soñar, para imaginarme escalando el Everest, no como una meta física, sino como el combustible necesario para mantener viva mi voluntad. Reivindiqué mi derecho a seguir sintiéndome plenamente útil.

Más allá del temblor: la victoria de una voz cincelada

El resultado final fue inmensamente satisfactorio. Al terminar, no sentí el cansancio de la enfermedad, sino la energía renovada de quien ha sido escuchado y comprendido. Me siento feliz. Feliz porque ayer confirmé que el mapa de mi vida sigue abierto y que, aunque mis piernas tiemblen, mi voz —cincelada por la experiencia— sigue teniendo la fuerza para llegar al corazón de los demás.

Ayer no solo presenté un libro; ayer recuperé mi voz. Y esa victoria, queridos lectores, es el mejor regalo que podía hacerme a mí mismo y a vosotros.


Para conocer más sobre este viaje de transformación, os invito a leer mi libro "Vivir con ataxia: el alma cincelada".