Si mi relato vital se titula “Del candil a la bombilla”, Carmen fue una de las primeras fuentes de energía que alimentaron ese candil y esa bombilla. Hoy, ante su ausencia física, comprendo que ella no fue solo un personaje de mi pasado; fue la escultora de mi seguridad interior y la luz que permitió que mi identidad se forjara bajo el signo de la esperanza.
La autoridad moral de quien conoció las sombras: el optimismo es estado puro
Es crucial destacar que lo de mi tía Carmen no era un optimismo de frases hechas. Ella nunca necesitó decirme de palabra que "la vida es bella"; lo que hizo, de manera mucho más profunda, fue transmitirme esa convicción a través de su ejemplo de vida, de sus palabras siempre amables, su sonrisa permanente y su modo de estar en el mundo.
Ese optimismo era una elección heroica y consciente. Sus circunstancias personales eran muy adversas, y precisamente esa realidad dotaba a su actitud de una absoluta credibilidad. Su mensaje no llegaba solo por el oído, sino por el ejemplo: verla irradiar vitalidad a pesar de los "golpes" de la vida le otorgaba una autoridad moral y vital incuestionable. Sus palabras y consejos no eran teorías vacías; eran verdades validadas por su propia biografía. Por eso, su luz penetraba tan hondo en mi autoestima: porque venía de alguien que conocía perfectamente las sombras y, aun así, parecía ser un ser de luz.
El alma de nuestra “tribu” familiar
Aunque ella nunca mencionó la palabra “tribu”, fue su actitud la que le ha dado pleno significado a ese término tal como lo utilizo actualmente. Carmen encarnaba la idea de que la familia lo es todo, que el afecto es el pegamento que sostiene cualquier estructura humana y que la unidad familiar es un bien que hay que cuidar todos los días.
Fue el alma de nuestra tribu familiar en el Carrer del Mig, enseñándome sin necesidad de libros que la resiliencia se construye en comunidad. Hoy, cuando hablo de la importancia de los sistemas de apoyo y de la "persona vitamina", reconozco en mi discurso el eco de sus palabras y su inquebrantable sentido común.
Arquitecta de mi autoestima
Junto a su hermana mi tía gemela Amparo, Carmen fue mi 'puerto seguro'. Eran un dúo de ternura. Sus abrazos, juntos o por separado, funcionaban como una barrera protectora.
Hoy entiendo que mi estructura emocional lleva su firma. El material con el que está cincelada mi alma tiene la textura de su ternura. No se puede perder a alguien que ha pasado a formar parte de tus propios cimientos. Soy, en gran medida, su obra viva, y esa conciencia me llena de una alegría profunda que amortigua el dolor de la pérdida.
Su presencia camina conmigo
Como hermana pequeña de mi madre, Enriqueta, Carmen personificó la fuerza de nuestro linaje, el verdadero significado de la palabra ”els cambredoners”. De ella aprendí que los pensamientos son semillas: si siembras optimismo, terminas cosechando oportunidades.
He descubierto que el duelo por una figura como la suya no es un camino de sombras, sino un proceso de gratitud. Carmen ha sido una lección de vida hasta el final de sus días. No te busco en el ayer, tía Carmen. Te encuentro en mi presente: en cada decisión que tomo y en la convicción de que el corazón no debe envejecer. Te encuentro en mi capacidad de sonreír ante lo adverso o en la mano que extiendo para ayudar a otros. Ya no estás frente a mí, pero siempre caminas conmigo.
Descansa en paz, querida tía, mientras sigues iluminando, desde dentro, cada uno de mis pasos.

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