No había dudas sobre el lugar, el día y la hora; era una de las citas más esperadas de la semana. Durante años, todos los domingos, con los primeros rayos de sol, nos encontrábamos en el puente de Hierro; allí siempre estaba Antonio Piñera; él nunca fallaba, ni llegaba tarde. Tras quince minutos de saludos, estiramientos y planificación de la ruta empezábamos “a recorrer” caminos y sendas por la orilla del río, por la huerta, por la Atalaya, por el Menjú, por el Jinete, por El Madroñal (ver, por cortesía de José Martínez Saorín y José María Rodriguez Santos, plano de recorridos más habituales pisoteados por los atletas locales en la zona de la Atalaya); rutas que aunque se repitieran siempre parecían nuevas; jamás se quedaba nadie en el camino, ni los más rezagados que casi siempre éramos los mismos. Así hemos recorrido y compartido cientos de kilómetros, pisando y oyendo el chinarro bajo nuestros pies, sintiéndonos parte de un grupo al que queríamos y en el que nos sentíamos queridos. Un grupo de amigos y compañeros para los que Antonio Piñera era un referente y un amigo imprescindible.
Éramos y somos el Club Partiendo el Chinarro
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