miércoles, 8 de octubre de 2025

Un héroe de cuatro patas

Si miro hacia atrás a mi infancia, la primera imagen que me viene a la mente no es solo la de mis padres, sino también la de Mora, nuestra perra. La fotografía que tengo de mis padres sosteniéndome en sus brazos, con Mora encaramada en las piernas de mi padre, es la prueba visual de que siempre formó parte de la familia. Pero mi profundo cariño por los perros no solo proviene de las experiencias directas, sino que tiene unas raíces mucho más profundas, cimentadas en las historias que mi padre me contaba sobre un perro que nunca conocí: Terrible.

El poder de un buen narrador

Mi padre era el narrador de las historias más fascinantes que he oído. Sus relatos, tan vívidos que parecían cobrar vida, eran mi conexión con un pasado que no viví, especialmente con la figura de mi abuelo José Ramón y su extraordinario perro, Terrible. Terrible no era un perro cualquiera. Según mi padre, era un miembro más de la familia, un guardián silencioso y un compañero incondicional que poseía una inteligencia inusual y una obediencia inquebrantable. Sus ojos, oscuros y vivaces, parecían comprender las peticiones más sutiles.

Lecciones de un héroe mitológico

En mis ojos de niño, Terrible no era un perro, era un héroe mitológico. Mi padre me contaba auténticas proezas de él, hazañas que rozaban lo legendario. Recuerdo el relato de “el almuerzo olvidado”: un día, mi abuelo se da cuenta de que ha dejado la comida en el pueblo. Con una simple petición, Terrible emprende el camino de vuelta, se las arregla para que mi abuela le entregue el almuerzo y regresa al campo para entregárselo a mi abuelo. O el del “niño perdido”: un día, un niño se extravía en el campo, y Terrible, con su agudo olfato, lo encuentra sano y salvo y lo guía de vuelta. Cada una de estas historias, repetidas con devoción por mi padre, no solo forjaron mi amor por los perros, sino que moldearon mi propia capacidad de empatía y mi comprensión de lo que significa la lealtad.

Un legado emocional

Desde la psicología, sabemos que las narrativas tempranas tienen un impacto duradero en nuestra psique. Las historias que escuchamos una y otra vez de pequeños se convierten en parte de nuestro propio guion vital. Mi padre, sin saberlo, estaba sembrando en mí las semillas de una conexión profunda con el mundo animal, una que se fortaleció con la presencia real de Mora y otros perros en mi vida. A través de los relatos de Terrible, mi padre me enseñó que la lealtad y el valor no solo se aprenden de forma directa, sino que a veces se siembran en el alma a través de las historias de quienes nos precedieron.

La vida es lo que uno recuerda

La historia de Terrible, con su carga emocional y su mensaje de lealtad incondicional, se grabó en mi memoria. Cada vez que mi padre relataba sus proezas, yo revivía las emociones de la historia, fortaleciendo mi afecto por los perros. Aquellos relatos, unidos a la experiencia de convivir con ellos, no solo forjaron mi amor por los animales; contribuyeron a un sentido de pertenencia y orgullo por las raíces y la forma de vida de mis antepasados.

Así, mi aprecio por los perros es fruto de una herencia emocional, un regalo inmaterial que mi padre me dio. Es un recordatorio de que las lecciones más importantes no siempre vienen de lo que nos sucede, sino de cómo interpretamos y contamos nuestro pasado. La vida, como me enseñó Gabriel García Márquez, “no es lo que uno vivió, sino lo que uno recuerda y cómo lo recuerda para contarlo”. Y las historias de Terrible, un héroe de cuatro patas, son una parte fundamental de la forma en que yo recuerdo y cuento mi infancia.

El relato completo en el que se basa este artículo, "Del candil a la bombilla: Huellas biológicas y ambientales en la forja de una identidad", publicado en la plataforma Medium de acceso gratuito


 

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