Para algunos, la universidad es un mero escalón, un punto de tránsito en el vasto camino de la formación. Para mí, sin embargo, la Universidad de Murcia se ha erigido como el pilar fundamental de mi existencia, el soporte inquebrantable sobre el cual he forjado mi identidad, tanto en lo profesional como en lo personal. Más que una institución empleadora, ha sido una compañera inseparable y un auténtico refugio. En sus aulas, laboratorios y pasillos, la vida me brindó la inmensa fortuna de cruzarme con extraordinarios compañeros de ruta —profesores y alumnos—, almas afines con las que he compartido un enriquecedor viaje de crecimiento. En esencia, ha sido el crisol donde mis aspiraciones más profundas han tomado forma y se han materializado.
Durante más de tres décadas, mi trayectoria profesional fue una inmersión absoluta en la verdadera esencia de la Universidad, en lo que esta institución significa y representa en su sentido más puro. Me dediqué por completo a la docencia, la gestión y la investigación, no como meras tareas, sino como ofrendas a la profunda vocación de servicio que la Universidad me inspiró. Experimenté una inmensa felicidad al ver cómo mis modestas contribuciones no se desvanecían en el vacío, sino que se integraban, ladrillo a ladrillo, en la construcción de un muro que fortalece la imagen social de la institución.
Una alegoría de implicación: el vinculo mutuo
Mi verdadero interés se centró en la docencia, la transferencia del conocimiento a la sociedad y la interconexión entre ambos. Para mí, esto significaba derribar los muros de las Aulas de la Universidad para que el saber no se quedara encerrado en los despachos, sino que sirviera como una herramienta de transformación social y de formación profunda de los estudiantes.
Esta convicción se manifestó de varias formas. Mi labor, centrada en la formación de futuros trabajadores sociales, fue la expresión más clara. No se trataba solo de enseñar teorías, sino de dotar a los alumnos de las herramientas necesarias para que se convirtieran en agentes de cambio. Defendí siempre la unión inseparable entre la comprensión profunda de la persona y el conocimiento del tejido social que la sostiene. Mis clases se convirtieron en laboratorios de vida donde los conceptos teóricos se aplicaban a problemas reales, preparando a los estudiantes para ser faros que guíen a la comunidad.
El cincel de la ataxia y el adiós querido
Pero el cincel de la ataxia, ese golpe inesperado, hizo que mi tiempo en la universidad llegara a su fin. La lucha contra la fatiga y la disartria se volvió insostenible en el aula. Sin embargo, aquel adiós, aunque precipitado por la enfermedad, también fue un cierre querido. Llevaba tiempo sintiendo que, de forma natural, esa etapa estaba llegando a su fin. La ataxia me abrió los ojos a la posibilidad de que se estaban abriendo otras muchas oportunidades. Todavía estaba a tiempo de reconstruir mi hoja de ruta vital, de trazar nuevos mapas y de explorar territorios que antes, absorbido por la rutina académica, ni siquiera había contemplado. La obra, mi obra, simplemente, estaba cambiando de forma.
Al igual que un árbol que devuelve al suelo los nutrientes que lo nutrieron, he recibido de la Universidad de Murcia más de lo que he podido dar. La deuda es inmensa y la gratitud, eterna. Porque al contribuir a su grandeza, la universidad me hizo más grande a mí. Y esa es, en el fondo, la más bella de las alegorías: la de una vida dedicada a una institución que, al final del camino, se convierte en una parte esencial de la propia vida.
Esta es la historia de mi vida académica, pero la vida entera es una obra en proceso, un "non finito" constante. Si quieres conocer el resto del viaje, el que me ha cincelado como persona y paciente, te invito a leer mi libro, Vivir con ataxia: el alma cincelada.
¿Y tú, tienes algún lugar que haya sido el cimiento de tu vida?
2 comentarios:
Tú sí que eres un regalo, Conrado. Para quienes tenemos la suerte de conocerte y tratarte; para la Universidad de Murcia; para los trabajadores sociales y psicólogos que has formado; para las personas con discapacidad a las que has impulsado; para los "solidarios anónimos" que has sacado a la luz; para la Facultad de Trabajo Social que ayudaste a construir; y para todas esas iniciativas sociales, culturales y solidarias que tan bien supiste gestionar.
Tú sí que has devuelto a la Universidad de Murcia, con creces, todo lo que te ha dado. Esta entrada en tu blog es, además, un homenaje entrañable a la institución que tanto queremos tú y yo.
En esta nueva etapa de tu vida continúas siendo una fuente de inspiración, dando lo mejor de ti y formándonos como ese buen profesor que sabe llevarte de la mano, ayudandote a crecer, a pensar, y a vivir con conciencia y plenitud.
Y aclaro que he omitido deliberadamente mencionar los múltiples y relevantes cargos de gestión que desempeñó en la Universidad de Murcia -desde vicerrector de Cultura hasta director de la originaria Escuela Universitaria de Trabajo Social- porque nunca sentimos a Conrado como un vicerrector o un director al uso (de esos que se limitan a vestir el cargo), sino como un compañero cuya eficiencia en la gestión y espíritu de servicio fueron siempre encomiables.
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