miércoles, 25 de diciembre de 2024

La trampa de la coherencia ajena: un camino hacia la intolerancia en la era digital

 A menudo nos encontramos juzgando la coherencia de los demás. Observamos sus acciones, escuchamos sus palabras y, casi sin darnos cuenta, las comparamos con nuestros propios valores y creencias. Si encontramos discrepancias, rápidamente los etiquetamos como "incoherentes". Pero, ¿es justa esta evaluación?

 La realidad es que la coherencia es un concepto complejo con dos caras: una interna y otra externa. La coherencia intrínseca es la que buscamos para nosotros mismos, esa armonía entre nuestros pensamientos, sentimientos y acciones que nos da paz interior. La coherencia extrínseca, en cambio, es la que percibimos en los demás, y aquí es donde radica el problema.

 Juzgar la coherencia ajena desde nuestra propia perspectiva es como intentar resolver un puzzle con las piezas equivocadas. Cada individuo tiene su propia historia, sus propias experiencias y sus propios valores que moldean su forma de actuar y pensar. Lo que para nosotros puede parecer incoherente, para otro puede ser la respuesta más lógica a sus circunstancias.

 Y aquí es donde el problema se agudiza: cuando creemos que nuestra manera de pensar es la única correcta. Cuando nos aferramos a nuestras creencias con la convicción de que poseemos la verdad absoluta, la coherencia ajena se convierte en una amenaza. Si alguien no se ajusta a nuestros parámetros, lo percibimos como un desafío a nuestra visión del mundo.

Esta rigidez mental, llevada al extremo, nos conduce inevitablemente a la intolerancia. Nos cerramos al diálogo, al intercambio de ideas, a la posibilidad de aprender de otras perspectivas. Nos convertimos en jueces implacables de la conducta ajena, incapaces de comprender la diversidad y la riqueza que se esconde tras las diferentes formas de pensar y actuar.

 Y este problema se ve agravado en el mundo actual, donde la intolerancia parece ir en aumento, especialmente en el entorno digital. Las redes sociales, si bien tienen el potencial de conectar a las personas, también han contribuido a la polarización y al auge de la intolerancia. Los algoritmos que nos encierran en "cámaras de eco", la desinformación que se propaga a gran velocidad, el anonimato que fomenta la desinhibición y la cultura del "me gusta" que premia las posturas extremas, son algunos de los factores que agudizan el problema.

 Caemos en la trampa de la coherencia ajena cuando:

  •  Esperamos que los demás actúen como nosotros lo haríamos. Olvidamos que cada persona tiene su propia brújula moral y su propia forma de afrontar las situaciones.
  •  Juzgamos sin conocer el contexto. Las apariencias engañan, y a menudo hay razones ocultas detrás de las acciones que consideramos incoherentes.
  •  Utilizamos la "incoherencia" como arma arrojadiza. En lugar de intentar comprender, señalamos con el dedo y condenamos, creando barreras y conflictos innecesarios.
  •  Nos creemos poseedores de la verdad absoluta. Esta arrogancia nos impide ver la coherencia en la diversidad y nos empuja hacia la intolerancia.
 
Es crucial recordar que todos, en el fondo, buscamos esa coherencia interna que nos permita vivir en armonía con nosotros mismos. En lugar de juzgar, deberíamos esforzarnos por comprender. Preguntar, escuchar, empatizar. Cultivar la humildad intelectual y aceptar que nuestra visión del mundo es solo una entre muchas.
 
La próxima vez que estemos a punto de juzgar la coherencia de alguien, recordemos que no tenemos acceso a la totalidad de su puzzle. En lugar de condenar, abramos la puerta a la comprensión. Tal vez descubramos que, en el fondo, todos buscamos lo mismo: vivir en paz con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea. Y que la verdadera riqueza reside en la diversidad de caminos que podemos tomar para alcanzar esa meta.

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