La realidad es que la coherencia es un concepto complejo con dos caras: una interna y otra externa. La coherencia intrínseca es la que buscamos para nosotros mismos, esa armonía entre nuestros pensamientos, sentimientos y acciones que nos da paz interior. La coherencia extrínseca, en cambio, es la que percibimos en los demás, y aquí es donde radica el problema.
Juzgar la coherencia ajena desde nuestra propia perspectiva es como intentar resolver un puzzle con las piezas equivocadas. Cada individuo tiene su propia historia, sus propias experiencias y sus propios valores que moldean su forma de actuar y pensar. Lo que para nosotros puede parecer incoherente, para otro puede ser la respuesta más lógica a sus circunstancias.
Y aquí es donde el problema se agudiza: cuando creemos que nuestra manera de pensar es la única correcta. Cuando nos aferramos a nuestras creencias con la convicción de que poseemos la verdad absoluta, la coherencia ajena se convierte en una amenaza. Si alguien no se ajusta a nuestros parámetros, lo percibimos como un desafío a nuestra visión del mundo.
Esta rigidez mental, llevada al extremo, nos conduce inevitablemente a la intolerancia. Nos cerramos al diálogo, al intercambio de ideas, a la posibilidad de aprender de otras perspectivas. Nos convertimos en jueces implacables de la conducta ajena, incapaces de comprender la diversidad y la riqueza que se esconde tras las diferentes formas de pensar y actuar.
Y este problema se ve agravado en el mundo actual, donde la intolerancia parece ir en aumento, especialmente en el entorno digital. Las redes sociales, si bien tienen el potencial de conectar a las personas, también han contribuido a la polarización y al auge de la intolerancia. Los algoritmos que nos encierran en "cámaras de eco", la desinformación que se propaga a gran velocidad, el anonimato que fomenta la desinhibición y la cultura del "me gusta" que premia las posturas extremas, son algunos de los factores que agudizan el problema.
Caemos en la trampa de la coherencia ajena cuando:
- Esperamos que los demás actúen como nosotros lo haríamos. Olvidamos que cada persona tiene su propia brújula moral y su propia forma de afrontar las situaciones.
- Juzgamos sin conocer el contexto. Las apariencias engañan, y a menudo hay razones ocultas detrás de las acciones que consideramos incoherentes.
- Utilizamos la "incoherencia" como arma arrojadiza. En lugar de intentar comprender, señalamos con el dedo y condenamos, creando barreras y conflictos innecesarios.
- Nos creemos poseedores de la verdad absoluta. Esta arrogancia nos impide ver la coherencia en la diversidad y nos empuja hacia la intolerancia.
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