miércoles, 1 de octubre de 2025

La depresión de mi abuelo Eliseo en el Día Mundial de la Salud Mental

El Mogente de mi infancia era un universo donde las enfermedades del cuerpo se combatían con remedios caseros y la fuerza de la fe; solo cuando todo fallaba y la dolencia persistía se recurría al médico del pueblo. Pero había una dolencia que no tenía remedio, una sombra que se instalaba en el alma y para la que nadie tenía un nombre. Esa sombra, años después, descubrí que era la depresión, una enfermedad que se llevó por delante la vitalidad de mi abuelo materno, Eliseo. En aquellos tiempos nadie hablaba de salud mental 


La luz truncada: el despido como herida en el alma


Mi abuelo Eliseo era un electricista para la compañía Hidroeléctrica (hoy Iberdrola), un oficio de orgullo y de futuro, que le obligaba a ir de pueblo en pueblo, llevando la luz y la modernidad a cada rincón de España. Era un hombre habilidoso, de manos firmes y de una sabiduría silenciosa que me fascinaba. Pero su vida, como la de una escultura de mármol, recibió un golpe inesperado que lo resquebrajó. Un grave accidente laboral, del que la empresa lo señaló como chivo expiatorio y lo dejó en la calle, justo cuando los tambores de la Guerra Civil empezaban a sonar, lo sumió en una depresión profunda.


El despido y la injusticia fueron una herida en el alma, una puñalada en la autoestima de un hombre que encontraba en su trabajo su valía personal y su sentido en el mundo. La vergüenza y el estigma público de ser despedido en una época donde los derechos laborales eran una quimera, lo sumieron en un dolor silencioso y una profunda apatía. La familia, incluso, le retiró el apoyo, y las miradas de juicio en las calles se volvieron insoportables. Sin un sistema de salud mental como el que hoy conocemos, la única solución que encontraron fue un exilio interior: se llevaron a la familia a un paraje apartado en la sierra de Mogente, a un lugar llamado Cambredo.


El exilio interior y la resiliencia familiar


Allí, en aquel refugio que era a la vez fortaleza y prisión, mi abuelo se sentaba durante horas en un saliente de piedra, la mirada perdida en el horizonte vacío, ajeno a todo. No volvió a ser el hombre vital de antes. Había encontrado en su vida profesional un espacio de competencia que no se replicaba con la misma intensidad en su vida familiar. En su depresión y su silencio, dejó a mi abuela Dolores la tarea de sacar adelante la familia, asumiendo ella las riendas del hogar con una entereza forjada en la adversidad.


Paradójicamente, mi abuelo Eliseo se convertiría, más tarde, en uno de mis mentores más importantes, conviviendo por mucho tiempo en la casa de mis padres, demostrando que incluso en la adversidad más profunda se puede encontrar una fuente de sabiduría.


Del silencio a la palabra: un cambio de paradigma en la salud mental


La historia de mi abuelo Eliseo es el reflejo de un tiempo donde la salud mental era un tabú. Se vivía en silencio, a menudo con vergüenza. La tristeza, la apatía y el dolor del alma se consideraban debilidad, y la sociedad, sin herramientas para comprenderlo, respondía con ostracismo. Hoy, afortunadamente, el paradigma ha cambiado. La depresión ya no es una mancha en el carácter; es una enfermedad que, como otras, requiere un diagnóstico y un tratamiento. Este cambio se refleja en iniciativas globales como el Día Mundial de la Salud Mental, que se celebra cada 10 de octubre y busca concienciar sobre la importancia de este tema. Por ejemplo, en 2024, el enfoque ha sido "La salud mental en el trabajo", destacando la relación intrínseca entre nuestro bienestar psicológico y el entorno laboral. Para 2025, el lema en España, "Compartimos vulnerabilidad, defendamos nuestra salud mental", subraya la necesidad de reconocer nuestra fragilidad y la importancia de la defensa colectiva de la salud mental. Es precisamente en este contexto donde la historia de mi abuelo, marcada por el despido y el estigma social como origen de su depresión, cobra una relevancia especial, alineándose de forma total con la defensa de la salud mental en el ámbito laboral y la necesidad de abordar la vulnerabilidad en la sociedad. Este contraste es significativo frente al silencio y el estigma que vivió mi abuelo Eliseo.


La psicología ha demostrado que la depresión es un trastorno complejo que afecta a la mente y al cuerpo. A lo largo de mi vida como psicólogo he visto cómo se ha transformado la forma en que se aborda la salud mental. Ya no se trata de esconder el sufrimiento, sino de darle un nombre y buscar ayuda. La terapia psicológica, con sus diversas corrientes, ofrece un espacio seguro para procesar el duelo, gestionar la ansiedad y reconstruir la identidad. Los grupos de apoyo, ese “andamio” de la tribu que nos sostiene, son un recurso fundamental, un lugar donde el eco de nuestra lucha resuena en otros que entienden y no juzgan.


Cincelar el alma con intención: el legado de Eliseo en mi propia vulnerabilidad


La figura del Esclavo despertando de Miguel Ángel me enseña que la vida, como una escultura, es un proceso inacabado. Y la ataxia, mi enfermedad, es el cincel que ha venido a redefinir mi existencia sin mi permiso. Al igual que mi abuelo Eliseo, la adversidad ha puesto a prueba mi fortaleza, pero en lugar de sumirme en el silencio, he elegido el camino de la expresión.


He tenido que reeducar mi mirada, celebrar los microéxitos diarios, como caminar hasta el final de la calle sin tropezar o tener una conversación fluida. He aprendido que el humor, esa capacidad de reírme de mi propia torpeza, es un cincel de luz que desdramatiza mi realidad. Y sobre todo, he aprendido que no estoy solo. Mi tribu, con su amor incondicional y su apoyo, es el andamio que me sostiene cuando el cincel de la adversidad golpea con más fuerza.


La historia de mi abuelo Eliseo me enseña el valor de la resiliencia y el sentido común, una sabiduría que él forjó en la adversidad. Con esa herencia y con las herramientas de la psicología y la medicina moderna, hoy puedo decir que mi alma, aunque cincelada, es más fuerte. La depresión de mi abuelo fue una sombra en su vida, pero su historia me inspira a buscar la luz en cada grieta de mi propia alma. Porque, como he aprendido, la felicidad no está en la ausencia de la enfermedad, sino en la valentía de seguir esculpiendo la vida con intención, orgullo por las raíces y, sobre todo, con la compañía de aquellos que nos sostienen.

Recuerda que esta es solo una de las historias que narro en la plataforma Medium "Del candil a la bombilla". También puedes encontrar más reflexiones sobre la resiliencia y la vida con ataxia en mi libro publicado en Amazon"Vivir con ataxia: el alma cincelada".